Opinión - La trastienda

OPINIÓN: “Semblanzas cofrades (XI): Jugar a los pasitos, la fe de los niños” – ‘La trastienda’

Muchos lo recordarán, seguro. Incluso puede que hayan llegado a formar parte de alguna de aquellas corporaciones penitenciales, más en serio que en broma que, en no pocos barrios, se organizaban bien en cuaresma bien justo tras la Semana Santa a modo de emoción incontenida.

Un palé recogido junto a cualquier obra, en aquel vertedero que fue en su día la Magdalena, en el sempiterno terraplén acotado por un inconsistente amurallado entre las calles Almirante Cervera con Amargura, en la desaparecida lonja de la plazoleta de las Vacas, por algún sendero entre Sacramento y la Huerta de Chaves, por entre los caminos hacia la Casería, tras las vías del tren por la Bazán… Solo eso, junto a unas enclenques vigas de madera que a veces se buscaban en recordadas serrerías y eran desechadas, servían para construir una pequeña, raquítica y aún así, merced a alguna ayuda adulta o a la pericia de los niños y jóvenes encargados al efecto, aparente y arriesgada parihuela: un pasito. Un pasito al que los más ingeniosos llegaban a poner rejillas, de aquellas de gallinero, para que sirvieran de respiraderos y con sábanas o cortinas viejas unas caídas.

Una vez terminada la misión de construir el pasito tocaba ilusionar a mas amigos y vecinos más o menos de nuestra edad. Ahí empezábamos a crear —ensayos ad hoc— nuestra banda, por lo general, de cornetas y tambores. Algunos de los partícipes ya tocaban o hacían sus pinitos en aquellas del Medinaceli, del Gran Poder o de Isla de León; otras veces, muchas, el acompañamiento musical se limitaría a imitar aquellos tan simples como imponentes por su marcialidad y solemnidad que se veían en las hermandades del Silencio y del Perdón. Unas latas de pinturas con la acústica necesaria: si se podía, las metálicas para el rufante y el resto de plástico. Unos palos a modo de baquetas… ¡y ya teníamos percusión!

La cruz de guía, con otras dos tablas recogidas de cualquier sitio, al más puro estilo de la recién nacida hermandad del Rosario y, si surgía la idea, se le añadía algún motivo pasional; normalmente un paño a modo de los maderos vacíos de Caridad o Soledad. Tras esta no faltaba un recoleto grupo de penitentes con pequeñas velas o, cómo no, cruces de madera al estilo de casereño y hasta alguna niña vestida de mantilla; aunque esto, la verdad, al menos en mi experiencia, solo lo vi una vez.

Ya teníamos organizada la procesión. Músicos, penitentes, hermanos mayores, ¡cargadores! Porque ser cargador era una de las grandes motivaciones. Solo nos faltaba el verdadero sufridor. El auténtico protagonista. ¿Quién se atrevería a tomar de ese cáliz? ¿Quién llevaría la pesada carga? ¿Quién sería, por norma general, el trescaídas? Porque para ocupar tan relevante lugar debía ser muy sacrificado porque, al final, podía terminar uno como un eccehomo de verdad. Y desde la seriedad de aquellos niños —porque aquellos niños nos lo tomábamos en serio—, el día previsto se ponía en carrera aquella procesión tan ilusoria como ilusionante. No era jugar a los pasitos. Era mucho más serio. Era la fe de nuestros mayores, de los que la absorbíamos y de los que nos la legaron, en su versión más catequética posible por el ejemplo, tesón y trabajo para que aquel infantil simulacro cofrade fuera mucho más que un simple juego.

Hoy se critica o simplemente, digamos, no se le hace aprecio, porque no hablamos de niños, sino de adultos, a esas asociaciones no colegiadas, no canónicas, que bien desde Gallineras bien desde algún lugar del barrio de las Callejuelas hacen acopio de buenas intenciones y esfuerzos por querer formar parte, quizás de una manera precipitada, del ente cofrade, y por ende devocional, isleño. Sí, con seguridad no serán las formas. Sin embargo, estas me recuerdan a esas hermandades efímeras que decía que instituíamos los niños, lejos de juego alguno. No me malinterpreten unos y otros en estas reiniciadas semblanzas; todo tiene un camino necesario y la fe, para el creyente, es un tema para no jugar con ello. Sin embargo, hay veces que esta —la fe— se nos desborda; y no está mal si ese río se desboca y riega áridas tierras pero también, si las aguas no se encauzan, sea por lo que fuere, se pasa de hacer brotar a ahogar.

Y tras este viaje al presente —mis disculpas— retomo y concluyo aquí lo de aquellas procesiones infantiles y me quedo con el recuerdo de aquel germen, la fe de aquellos niños, de los muchos cofrades de hoy. A fin de cuentas, de eso tratan estas Semblanzas Cofrades.