Opinión - La trastienda

OPINIÓN: “De política y cofradías” – ‘La trastienda’

Leía hace unos días las
diferentes propuestas que los partidos políticos pretenden llevar a cabo si las
urnas les otorgan el premio de la confianza del pueblo. Me hizo recapacitar sobre
esa relación compleja que siempre existe entre política y religión.

Lo cierto es que no soy muy dado
a dar lecciones ideológicas a nadie, porque parto de la idea que, dentro de la
coherencia, cada uno defiende su postura según convenga (otra cosa es que
coincida con las demás posiciones). Por eso, quien entre en mis redes sociales,
verá poco énfasis en hacer campaña gratuita a ninguna sigla en este aspecto.

He observado que sobre todo
pensamiento, alejándose del sectarismo, prima el no descontentar a nadie o,
incluso –fíjense lo que les voy a decir-, agradar a ciertos sectores (pueden
decirse importantes) aunque el manual del partido dé nociones en otros
sentidos. Pero cuando se habla de políticas de casa (esto es, la que
ocupa a los ayuntamientos) la cosa cambia. Aquí no valen los grandes discursos,
ni los ideales a flor de piel, ni las intervenciones agresivas para el cambio. La simbología partidista importa
poco porque, en la pequeña escala que son las elecciones locales, lo que
votamos es un nombre: a la persona.

Aún recuerdo la primera vez que pude
votar –que iba yo muy decidido a cambiar signos y colores- y, en la puerta del colegio Manuel Roldán, una señora que estaba
delante de mí inquiría al marido: “¡Pero a ver, Manuel, lo que quiero que me
digas es qué papel tengo que coger para que salga Antoñito Moreno!”
.
Esta es, señoras y señores, la verdad de las políticas de casa.

¿Por qué toda esta parrafada?
Verán. No hace mucho, desde el gobierno local, se les dio la oportunidad –o
como quieran llamarlo- a las hermandades isleñas de tener un Museo de Arte Cofrade. Un lugar con
visos turísticos, donde darle cabida a lo que representa para San Fernando este mundo. Resaltar su relevancia y mostrar, a propios y extraños, qué
caché gasta esta ciudad en Semana Santa. Hace cosa de poco más de diez días, la
candidata socialista a la alcaldía sorprendía a muchos cuando, dentro de su
programa, daba a conocer un proyecto enfocado a esta misma celebración,
concibiendo unos cambios estéticos y estructurales considerables en el
epicentro de la localidad.

Ante estas demostraciones de
generosidad hacia nuestras hermandades, más de uno ya se habría visto acudiendo
a contemplar las joyas ocultas de éstas; o revestido de la túnica ante la
imponente escena de un restaurado palacio consistorial, con una plazarrey
pletórica en su renovada fisonomía. Lejos parecen quedar aquellas
manifestaciones broncas, de la más asfixiante constricción de las doctrinas
partidistas que, en esta Isla nuestra, pretendían llevar los cortejos
procesionales a la avenida Reyes Católicos –cuando se instalaba allí el
mercadillo de los jueves-. Por entonces, la Semana Santa no parecía algo
rentable, sino algo más bien molesto para quienes no la compartían, ni sentían,
ni vivían, ni sabían que era un dulce tan goloso.

¡Así es! Hoy, se ha comprendido
–a pesar de no ser querida por todos- hasta qué extremo es factible saber
enfocar esta fiesta de los sentimientos.
Este pastelito
-que permanecía tras la vitrina de La Victoriaen forma de rosco-, de año en año,
engorda la vacía avenida en que parece haberse transformado nuestra callerreal,
acabando –de forma parcial- con el gusanillo del hambre perenne en nuestros
comercios, y saciando el estómago (reducido, muy reducido) de nuestras plazas
hoteleras.

No se trata de creer que éste es
el gran recurso para reflotar la maltrecha economía local. Es absurdo. Pero es
evidente que algo debe representar cuando, de forma tan sustancial, se ha
modificado el planteamiento de las formaciones políticas para pensar en ellas. Algo
así como –parafraseando la genial película de Berlanga– un Bienvenido Mister Marcha. Algún tipo
de ilusión y beneficio genera al pueblo la venida de estas ideas. Pero no
olvidemos quién le comió la oreja a
estos

Qué cosas… Nosotros mismos -los
cofrades-, recriminándonos el exceso de actos cultuales y culturales que han flagelado nuestras percepciones
sensoriales durante la transcurrida Cuaresma. Escupiendo hacia arriba, mientras
dejábamos que nos cayera el salivazo en la propia cara, criticando la
proliferación de eventos religiosos más allá de las parroquias, (que pareciera
que se estuviese sacando en solemne procesión hasta a los maniquís de Almacenes Blanco). Argumentando sobre el
descontrolado número de conciertos de bandas y agrupaciones. Exponiendo sobre
la necesidad de contemplar -¡Oído abajo!-
la limitación de tanta glotonería pre y pos semanasantera que, al parecer, provoca gran empacho. Aunque, la
verdad sea dicha, no dejemos de seguir tragando.

Ahora resulta que no va a ser tan
malo esto de no dejar de oler a incienso durante todo el año, y tener como hilo
musical la composición procesional de moda, o de vender esa gastronomía tan
nuestra, tan nostálgica, tan de esas fechas, sin el miramiento de un calendario.
Desde el consistorio y las sedes  políticas
isleñas, han caído en la cuenta de lo útil que puede llegar a ser la Semana Santa y toda su logística, antes, durante y después de
ésta. Aunque, con todo ello, ¿no corre el riesgo de solaparse el verdadero
sentido de su ser? Por tanto, ¿no se confundirá su esencia?

Convertir la tradición de la
religiosidad popular en San Fernando en una atracción turística es un proceso
al que nos estamos viendo abocados por su mismo impulso mediático, pero hay que
saber poner puertas al campo. Y cuando hay urnas de por medio, no hay puerta
que resista. ¿Será que el voto cofrade
tiene algún peso?

 Pero, sinceramente, la única urna que me gusta
saber cerca es la del Santo Entierro.