Opinión - La trastienda

OPINIÓN: “La visita del Nazareno” | ‘La trastienda’

Lo
que es la vida, ¿quién me iba a decir que tú vendrías a verme? ¿A qué me suena
esto? ¡Aaah…! A aquella historia del Sevillano más universal y bendito que se
refugió en la casa de un decepcionado creyente que prometió no ir más a verle.
Pues algo así, pero sin la acritud de aquél desencantado ausente.

No
te esperaba, la verdad. Llevo tanto tiempo sin poder salir de este barrio que
la idea de volver a ver tu rostro era tan sólo inimaginable. Con la de veces
que he ido yo a echar ratitos contigo, ¿recuerdas? Cuánto te he dado el coñazo
–y ya sabes que contigo tengo confianza para hablar de esta manera– contándote
historias de la parienta, de los niños… Mi Manolito, de hecho, cuando se puso
tan malito terminó por venirse al barrio conmigo. ¡Ay, mi Manolito! En fin. Que
eso… que cuántas veces, y ahora aquí te tengo.

¡Me
alegro! Me alegro, ¿sabes? Porque en ocasiones tengo la sensación de que,
estando donde me encuentro, se olvidan de mí los que tanto me quieren; ya no sé
si decir que me quisieron. Y no es que este sitio esté tan lejos, pero si no te
coge de paso o no vienes expreso, pues como que aquí te comen los gusanos. Hace
mucho que las visitas son tan escasas que ya ni siento. ¡En serio! ¡Ni siento!
Pero bueno…

Te
oí llegar esta mañana con una procesión inusitada de voces que a todos nos
hicieron asomarnos a nuestros floreados balcones. Era como si fueran
nombrándonos, uno a uno. ¡Qué cosa más extraña, quillo!

Yo
estaba a lo mío, sin esperar nada, porque yo ya nada aguardo; y escuché ese
murmullo imposible a esas horas donde el reposo es casi una melodía en estas
calles. El silencio del lugar se hizo eco. ¡Eco! ¿Cómo podía ser eso? ¿Quién
venía casi a perturbar la paz y el sosiego que era liturgia en aquellos
momentos? Algarabía de gargantas parecía en este lugar donde gatos y vientos
vienen a reposar sus cansados cuerpos, y el murmullo de éste último, cuando por
las esquinas asoma, inquieta a la calma misma que se recuesta entre los muros
viejos.

Te vi.
Te vi y por mi cuerpo, que hace tanto que por nada se perturba, corrió como un
torrente de sangre que me daba la vida. Lo que te digo, Viejo, ¡qué cosas más
raras! Pero era tal mi alegría, era tal mi gozo, que por primera vez en mucho,
mucho, mucho tiempo sentí de nuevo. Sentí desempolvarme de la tristeza esa que
te refería de la soledad; sentí cómo si en este barrio los levantes y los
ponientes entrasen como lo hacían en el que yo vivía antes, doblando las esquinas
con alboroto de niños. Sentí vivo lo inerte.

La
gente cree que los que nos fuimos ya no necesitamos nada. ¡Y de eso, nada!

¡Ay,
Nazareno! El soplo de vida de tu silueta eternizada en los amaneceres de esas Madrugás; la emoción de quienes te
siguen, de quienes te encuentran, de quienes te esperan, de quienes vienen de
lejos y se paran a tus pies a pedirte o a darte las gracias.

¡Ay,
Nazareno! Que has venido a este otro barrio como los del resto de tu pueblo has
recorrido.  Que ha sido entrar y aquí han
palpitado los corazones que yacían marchitos. Que se han acelerado los pulsos
que yacían perdidos. Que has venido a vernos a pesar de habernos ido y por unos
minutos la vida se ha venido donde sólo es recuerdo compungido. Que las
campanas de la capilla por una vez se han desnudado del tañido. Que la noche se
ha hecho mañana, y ardor el frío; que las flores que orlan los nichos, de
repente, han cobrado su sentido.

Lo
que es la vida, Viejo mío. Yo que creía que ya sólo vería tu imagen en la
lápida junto a mi nombre, y has venido a visitarme como hacía yo contigo.