OPINIÓN: Procesiones ordinarias – ‘La trastienda’
La hermandad de la Macarena cierra en
Sevilla los fastos del cincuenta aniversario de su coronación canónica. Una
semana donde salió en multitud hacia la SEO hispalense, estuvo en besamano con
colas impensables hasta altas horas de la madrugada cada día, y pasada ésta
procesionó hasta la Plaza de España donde, tras el solemne y espectacular acto
conmemorativo, regresó a su basílica de la calle Bécquer tras más de
veinticuatro horas de devoto peregrinar deteniéndose en cuantas parroquias e
iglesias encontrara.
¿Un adjetivo?
¡Imposible! Faltarían muchos para poder expresar lo que para el fiel macareno
y para la ciudad ha supuesto esta celebración.
El aniversario
del evento macareno será un hito difícil de superar, y ya hay otro en
capilla: el de la hermandad de la Paz.
Sin duda para el
cofrade, sevillano o no, la demostración del poderío macareno habrá sido
la demostración fehaciente de que, a pesar de la época difícil en la que nos
encontramos en la que, sobre todo, a través de las redes seamos de forma
continuada criticados por nuestros derroches, incluso a sabiendas que
somos un colectivo centro de burlas para no pocos, como decía, lo que la
cofradía de la madrugá sevillana ha dejado claro es que la fe mueve
montañas.
Sin embargo, a
modo de reflexión, hemos de considerar la necesidad de las procesiones extraordinarias por
cualquier motivo.
Se han
recuperado antíguas devociones que permanecían en el recuerdo de nuestros
abuelos, a las que se han unido otras nuevas que, sin duda, están en alza y son
muestra de que el devocionario no tiene santos menores; en mayo, junio, agosto,
septiembre, octubre… Son contínuas las salidas de éstas por nuestras calles
y, en algunas, la participación de fieles es llamativa, ya sea por simple
encuentro o por su seguimiento.
Es una gran señal
de recuperación de la fe. En el caso de estas recuperadas o novedosas
corporaciones estan justificadas sus salidas como parte de su ser -Iglesia en
la calle-, pero no podemos caer en la desidia del acto procesional en el caso
del resto de hermandades.
Es muy emotivo
ver a nuestros titulares en un evento tan especial arropados por la multitud,
pero que este sea un hecho común hace que lo convirtamos en ordinario, con lo que pierde el
sentido originario que se pretendía.
Se trata de
glorificar y hacer único un evento concreto que representa un hecho importante.
Aún recuerdo como, hace años, una querida cofradía isleña sacó en un brevísimo
periodo de tiempo por dos veces, de forma extraordinaria, a su Virgen por las
calles de la ciudad. Con ello, aunque la respuesta fuese satisfactoria, se cayó
en la monotonía del evento y perdió su singularidad.
Nuestras devotas
imágenes no son meros iconos con los que poder hacer lo que queramos en pos de
decisiones movidas por la vehemencia de la circunstancia, o por no encontrar
otro acto más relevante e impactante o, simple, porque es lo primero que
podemos plantear al decir «extraordinario«.
El cofrade se
mueve por la inercia de su condición, esto es: inquieto, emotivo, fervoroso,
espléndido… Son parte de su ser y, por esta lógica, aquello que represente
algo único a llevar a cabo debe ser recordado por sus características y su
organización (insisto sobre lo acaecido por la hermandad macarena), pero
no se debe olvidar que custodian la fe de muchos y sus titulares no son
maniquíes que se pueden trasladar de escaparates. Representan aquello en lo que
creemos.
¿Procesiones
extraordinarias? Sí, pero siempre y cuando no se pierda el sentido por el cuál
se realiza y se caiga en la extravagancia de sacar por sacar, pues así
le estaremos dando la razón a quienes critican por el mero hecho de mostrar y
demostrar la causa de nuestra fe.