OPINIÓN: “La imagen de la divinidad. Cuestión de gustos” – “Fajín de esparto”
Ayer fue presentada una patena en
vidrio fechada en el s. IV d.C. y aparecida en el yacimiento arqueológico de
Cástulo, sito en la provincia de Jaén. La importancia de esta pieza es que en
ella se representa a Jesucristo entregando el evangelio a dos personajes que
quizás representen a San Pedro y San Pablo, si bien éstos no están acompañados
por sus símbolos habituales. Y es que tampoco Jesucristo tiene una imagen muy
acorde a lo que nosotros en la actualidad podríamos identificar con la imagen
de esta divinidad. Su mayor altura y preeminencia central en la escena y sobre
todo la presencia de la cruz hacen que no se admitan dudas sobre la
representación iconográfica de Jesucristo en este objeto que debió usarse en
una de los primeros espacios de culto cristiano público documentados en la Península Ibérica.
Todo el conjunto se completa con la presencia de palmeras en cada escena,
siendo ésta una especie arbórea muy vinculada al Cristianismo no sólo por estar
muy presente en la flora de Tierra Santa sino por aparecer en los evangelios,
por ejemplo, durante la aclamación del pueblo a Cristo Rey en su entrada en
Jerusalén por Bethfagé.
Jesucristo aparece ungido por una
aureola con remarca su divinidad y vestido con togas de profusos pliegues como
las que usarían los altos dirigentes de la época. Algunas investigaciones
inciden en su asimilación con el modelo de filósofos alejandrinos, si bien la
toga en el mundo romano fue empleada de forma genérica para representar a todo
aquel que tuviera importancia política y social. Lo que más sorprende en un
primer momento es su aspecto imberbe y pelo corto pero de nuevo habría que
contextualizarlo con un momento histórico y la representación de las
divinidades en esas épocas.
Y es que todo ello viene en
relación a cómo ve el ser humano la imagen de la divinidad. Existen muchas
confesiones religiosas anicónicas que no representan a su(-s) divinidad(-es). Y
otras que sí lo hacen. No estoy aportando nada nuevo si menciono cómo en
nuestro mundo católico la imagen de la divinidad ha ido cambiando a lo largo de
los siglos. Desde el pastor de ovejas cuando el cristianismo estaba aún
perseguido por el mundo romano, pasando por el Pantocrátor románico, las
esculturas góticas alejadas de la realidad al hiperrealismo de algunos
escultores actuales… la imagen de Cristo, de María y de todos los
“dioses menores” (véase santos, beatos y demás hombres y mujeres de
Dios) que son venerados por el mundo católico ha ido variando dependiendo del
gusto estético y artístico de la época.
En este sentido sí me gustaría
resaltar un aspecto que últimamente observo en la imaginería procesional. La
producción artística desde la posguerra con la profusa creación de cofradías
que trajo consigo el nacional catolicismo no sólo consiguió la reproducción
artística de pasajes evangélicos poco tratados en el resto de las época
históricas sino la creación de nuevas escuelas artísticas donde el neobarroco
se asentó y ganó la partida a otras corrientes. Un neobarroco simplista donde
las imágenes se caracterizaban por la unción; la existencia de un halo de
santidad e inviolabilidad a pesar de la fisonomía humana de la imagen de
Jesucristo. Sólo Ortega Bru en la década de los setenta se salió de esa
tendencia y su obra, cuestionada en algunos círculos en esos momentos, es ahora
cuando comienza a ser revalorizada al socaire de la fama obtenida por determinadas
hermandades que cuentan con imaginería suya. Fama que, sin embargo, ha venido
determinada por cuestiones totalmente ajenas a lo artístico. Cosa de la
globalización del mundo cofrade y de las trabajaderas…
Y con esa evolución artística
estamos. Evolución que ha llegado a la búsqueda de un hiperrealismo excesivo en
determinados casos. Jóvenes y no tan jóvenes imagineros tienden a naturalizar
en exceso lo que, en mi opinión particular, debe ser divino. Eso sí; algunos
con mejor fortuna y otros con menos. No quiero pensar que dirán algunos
enfermos o familiares cuando se crucen con Cristo Resucitado por un pasillo de
un hospital. Tampoco quiero saber la opinión de quién ve a su madre o hermana
representada en un paso procesional o en un altar de una iglesia. Personalmente
esa tendencia a policromar de forma excesivamente naturalista, representar al
Hijo de Dios a partir de la imagen de un amigo o conocido no la veo, ni creo
que sea flor de devociones multitudinarias. Pues para eso se crearon. Para
acercar al pueblo no docto a unas creencias. Al menos, en la Antigüedad se
representaban con unción divina y majestuosidad como ahora se comprueba de la
patena de Cástulo. Ahora, en determinados casos tengo serias dudas.