OPINIÓN: “La culpa fue de la primavera” – ‘La trastienda’
Ya lo decía en
mi último artículo: Queda la cera. Pero se ve que no solo como el
recuerdo al que yo argüía, sino también para repartir.
A la Semana
Santa pasada, rica en imágenes, momentos y en la dicha de haber sido completa
por fin, hay que agregarle la falta de saber estar, y no solo de quienes
realizaban la estación penitencial.
Esta Andalucía,
que clama en un Domingo de Ramos y se lamenta en el de Resurrección -esa
peculiaridad tan nuestra-, ha sufrido este año de una exagerada exacerbación de
los sentimientos. Cosa que, además, no ha sido exclusividad de ningún
sitio en concreto; se ha podido observar en la Muy Cofrade y Excelsa Cuna de
Sevilla (esto es así), o en la Muy Tradicionalista y Geminiana Ciudad de Cádiz
-pues sí, la Tacita también es rancia en sus gaditanas maneras-.
Leyendo firmas
autorizadas de no menos consideradas publicaciones, donde han analizado y
puesto dedos en llagas sobre el porqué de ciertos despropósitos -ya harto
sabidos por todos-, me pregunto si de verdad las hermandades -en lo que les
corresponden- harán algo al respecto. En general, si se puede hacer algo.
Sin embargo,
recapacitando, creo que se ha enjuiciado con la sangre aún caliente.
Hervida por las altas temperaturas vividas -y no solo por el calor físico-, que
ha ebullido hasta empañar la capacidad de comprensión de articulistas y otros
analistas, no dejándoles ver el verdadero motivo por el cuál, durante la Semana
Santa transcurrida, el caos hizo acto de presencia: ¡Fue la primavera!
Sí, sí… No me miren como a un loco.
¿Qué queremos? Si es tan solo adivinar el
azahar y ya estamos desbocados. Si empezamos a padecer el sol de verdad, y nos
sube la bilirrubina. ¡Si hasta un descampado dibujado de vinagrillos nos parece
el más hermoso lienzo!
Solo hemos de
echar un vistazo a los comentarios surgidos en las cercanías -pre y pos semanasanteras-,
para darnos cuenta de cómo estos son un compendio de emociones imposibles de
controlar. Las calles han sido una locura de personas ávidas por encontrar lo
que, durante todo un año, se ha aguardado con el recelo de si el tiempo -como
en las corridas taurinas- lo permitiría. Las cofradías se han visto arropadas
hasta en los lugares más feos de sus itinerarios, porque incluso eso se había
echado de menos (con lo fea que es una avenida). Se esperaba con ansias una Madrugá donde echar el resto de nuestro fervor, y culminar el Sábado Santo
esa agitación que se iniciara seis días antes. Mientras que el día donde se
hace efectiva la causa de nuestra fe -ese que suena a fin de todo, aunque en
realidad es el comienzo-, tornaremos nuestros ojos y recuerdos hacia lo vivido
tan solo una semana antes.
Insisto, fue la primavera. No le busquen más explicaciones.
No es que hayan hermanos en las corporaciones cofrades que se disfracen más
que se revistan, sin comprender que su acto es una demostración pública de fe,
y que lo que preceden o suceden no es una carroza en una cabalgata, sino una
escena de sufrimiento de un Hombre que se entregó por Amor, o el de una Madre
por Su Hijo.
No es que entre el público hayan exacerbados montacirios. No es que
no sepan éstos guardar el debido miramiento. No. No es que entre el pueblo
expectante se congreguen en desgraciada comunión los que, con su comportamiento
de monos de zoológico, le quitan toda la solemnidad a lo que el resto
presencia. Para nada… No me cansaré de incidir en mi versión de los hechos: ¡Fue
la primavera!
Está constatado que esta estación del año conlleva grande alteraciones en
nuestro sistema endocrino, lo que hace que alcancemos niveles motivocionales
que no nos son tan propicios en otras. Asimismo, causa modificaciones en nuestro
estado anímico, llevándonos de lo eufórico a lo melancólico en un menear de
incensario, o en un tris. Como prefieran.
Leído lo leído en redes y medios de comunicación, haciendo uso de mis
conocimientos de Psicología, sin quitarle un ápice de razón a los verdaderos
maestros de la pluma y el papel (ya del teclado y la pantalla), que han
demostrado gran coherencia y conocimiento de causa para defender sus posturas;
desde este pequeño y humilde rincón que es La trastienda, propongo que
todo ha sido efecto de la magnífica meteorología y de la estación que la ha
propiciado. Una concatenación de circunstancias que han conseguido que la gente
se haya descontrolado en sus pasiones, alentados por la perfecta fragancia y
conjunción de aromas, sonidos, momentos,
luces y contraluces que han otorgado a esta Semana Santa del 2015 lo que
les ha faltado a las anteriores.
Por tanto, ello ha dado lugar a que el personal concurrente, dentro y fuera
de las distintas procesiones, se disiparan ante tanta bonanza de circunstancias
y olvidaran su función según el lugar que ocupasen. Siendo, en todo caso, el respeto
la piedra angular de esta manifestación de piedad popular.
Entonces, una vez estimado todo ello, opino y reitero que la culpa fue
de la primavera. Que las hermandades no pueden luchar ante la fuerza de la
naturaleza, y no serviría de nada que prepararan a sus cofrades con una
oportuna, seria y constante formación, dejando de ser números para convertirse
en auténticos continuadores conscientes de esta bella tradición. Siendo ellos
el mejor ejemplo, solo resta que quienes lo ven desde las aceras aprendan y
comprendan esa esencia de recogimiento y devoción (aunque, la verdad, lo vería
todo muy complicado. Harían falta demasiados compromisos).
Quizás, teniendo en cuenta todo lo expuesto, la única solución a corto
plazo para que regresen las estampas de auténtica emotividad ante Cristo y
María -los verdaderos protagonistas de nuestra Semana Santa-, con la calma y
hasta cierto orden como abanderados, la única solución sería que, para el año
próximo, no deje de llover durante toda esa ansiada semana.