Opinión - La trastienda

OPINIÓN: “Hasta luego Don Paco” – ‘La trastienda’

Parece que vaya a especializarme en este tipo de artículos
luctuosos, pero lo cierto es que está siendo un año de muchas y sentidas
pérdidas.

A las diez y poco de la mañana me entero, vía Whatsapp, que una persona muy querida
por mí ha fallecido tras haber permanecido hospitalizado. Muchos sabían de aquella
última estancia, una más, pero pocos imaginaban que, de verdad, sería la
definitiva. Dos de mis mejores amigos me transmiten, casi simultáneamente, la
fatal noticia.

– 
Quillo, Juan, Paco Marchante ha fallecido

El día antes  -hay que
ver- estuve mirando un álbum que tenía casi olvidado con fotografías de otros
tiempos y, en una de ellas, rostros del ayer que entraron como un rayo entre
mis recuerdos. Amigos, hermanos en muchos casos, con los que viví una etapa
maravillosa, visitábamos a la cofradía hermana del Ecce Homo de Lanjarón.
Alegría, nostalgia… Esas sensaciones que te invaden cuando recuperas de los
archivos de la memoria que son tesoros. Y, al día siguiente, me despiertan con
la noticia de que aquella imagen, perpetuada en papel, vuelve a cobrar un valor
más profundo. De nuevo, falta uno.

Paco era de esas
personas afables, de voz pausada. Lo conocía de referencias, de tantas veces
que, en mis ratos de lectura de antiguas actas en la secretaría de mi hermandad
-intentando encontrar material para contribuir,
en la medida de mis escasos conocimientos,  dar luz a algo más sobre su historia tan poco conocida-,
era nombrado. Hermano de otro cofrade de pro, de los de siempre, de la
corporación del Lunes Santo: Lucas.

Alejado durante años de La Isla, al regresar retomó su
participación activa con su cofradía de toda la vida. En una reunión de la
Junta de Gobierno, allá por los 90, Jesús Cruz –hermano mayor entonces-, nos lo
presentó como colaborador. Paco traía las ideas algo anticuadas y, de eso,
confieso, comentamos alguna vez. Sin embargo, el afán y la personalidad de
aquél funcionario de Correos pronto logró que su presencia fuese necesaria. En
1999, fue elegido segundo Hermano Mayor y, a fe cierta, que no había mejor
representante para tal puesto.

Paco esto, Paco
aquello. Paco, hay que ir a lo del boletín…. Paco, las bandas… Paco, las luz de
la feria… Paco, los tiques para la verbena de la Pastora… Paco, hay que
hablar con Fulanito… Paco, Paco, Paco…

Paco formaba parte de esa élite de viejas glorias que
lograron sacar adelante una hermandad en épocas de muchas penurias, donde se ejercía
la caridad por necesidad. Ese dream team
formado por Eduardo Olmo, Ángel Camas, Diego Rodríguez, Antonio Galán, Tomás
Vallecas, Guillermo Paz, Lorenzo Gómez… Aunque su trabajo lo apartó pronto, en
lo físico, de sus devociones.

Fomentaba la cordialidad, detestaba los desencuentros entre
quienes conformábamos una compacta unidad cofrade. Razonable, razonador, a
veces ingenuo, otras perspicaz, pocas veces se enfadaba y huía de aquellas
situaciones que aceleraban inapropiadamente su corazón. ¡Ay, su corazón!

En 2001 marché a Sevilla, y en 2003 ya no me presenté al cabildo
de elecciones. Al poco me enteré que Paco, por motivos de salud, hizo lo
propio. En mis bajadas a San Fernando, lo encontraba en ocasiones paseando con Josefa,
su esposa, por la calle Real.

– 
Don Paco, muy buenas

– 
Hombre,
Juan y señora… ¿Cómo estáis? ¿De visita con la familia?

Y, en esos breves encuentros, sentía la cercanía que siempre
desprendía. Era como saludar al pasado en la frugalidad.

La última vez que coincidimos estaban próximas las
navidades. De nuevo en la misma calle, frente a la Iglesia Mayor. Las mismas
palabras, la misma estampa junto a Josefa, la misma satisfacción reflejada en nuestros
rostros.

– 
¡Hombre! ¡Don Paco! ¿Qué…? ¿Todo bien?

– 
¡Psche! Tú
sabes, Juan… He tenido una recaída. Debo cuidarme más. Estas cosas…

En sus ojos, con el blanco tintado de un tono más bien ocre
–como su cara-, el cansancio de una enfermedad; el suspiro contenido en sus
palabras. Un apretón de manos suave, que fue más caricia que otra cosa. Y como el
tiempo me apremiaba tocó la despedida. Nada de adiós, un hasta luego, porque
eso representa la esperanza de un reencuentro.

– 
Bueno,
Juanito. Espero verte pronto por aquí otra vez
.

– 
Eso quiero. Pues nada… Hasta luego, don Paco.

Pues eso mismo. En este día donde he vuelto a saber de ti,
mi queridísimo hermano,  y tengo más
presente, si cabe, a nuestro Jesús del
Ecce Homo
y a María de la Salud,
como en aquellos agradables y escuetos momentos, solo resta despedirme con la
seguridad de que volveremos a vernos.

Hasta entonces, insisto… Hasta luego,
don Paco.