#EstoYaEstáAquí,
reza por Twitter en innumerables conversaciones a cientocuarenta caracteres por
tuit, pregonando antes que el mismísimo trovador de la Semana Santa lo que
resta por llegar. Y con esta etiqueta todo queda dicho.
Llegan las horas de tertulia en su jugo. Los Sálvame
Morados donde se debate y se destila de-to-do. Se llenarán las parroquias e iglesias como hacía tiempo
no se veía de jueves a domingo, o quizás desde el lunes; impregnándose en
nuestras pituitarias ese olor tan cofrade
que mezcla perfumes e incienso desde el primer banco al último, y más allá.
Será momento de despegar de la almohadita de la caja de la joyería, guardada con mimo en algún cajón
privilegiado, la insignia –el pin,
que también los hay quienes le dicen así- en oro o plata de la hermandad de
nuestros amores, y lo haremos como se saca la mismísima Sábana Santa de Turín:
con liturgia y devoción. Y porque nos gusta ese protocolo de la importancia
del ser, nos la impondremos en el ojal con la adecuada dignidad.
Llega el momento, como este no hay más, de expresarnos como
si fuésemos Lope de Vega, rebuscando
la poesía hasta para el platito de tapería
donde nos sirven las torrijas.
Divino manjar de primavera, de dulces sabores que enloquecen al
paladar, de aroma que hace salivar. Bendita tu miel, bendita rebaná.
Es la época del éxtasis del cofrade jartible. ¡Sí, sí! Ésta
que acaba de comenzar y no otra.
Mercerías, tiendas de barrio y del centro, que engalanan sus
expositores con toda clase de referencias semanasanteras.
Pastelerías adornadas con dulces de azúcar revestidos de penitencial caramelo,
de trenzados roscos de canela y clavo –¿habrá algo más clásico que el sabor de esos
ingredientes unidos en la masa endurecida mientras se escucha “Amarguras”?-.
Empapelados de santa cartelería que anuncia la sacralidad de
las semanas que faltan hasta el ansiado Domingorramos.
Se hacen realidad las ilusiones de oír de plaza en plaza cómo
retumban los tambores, cómo nos asaetean las notas musicales que se desbordan
por los argénteos y dorados altavoces –trompetas celestiales que resuenan a
Pasión- erizándonos la piel en un clímax que no todos comprenderían. Entonces, el
naranjo de nuestras calles deja su estatus de simple árbol, pasando a
convertirse en un ente vivo a reverenciar, que de sus hojas no salen flores: ¡Nace
azahar!
–
¿Pero oiga, y eso no es una flor?
–
¡Ave María
Purísima! ¿¡Una flor!? ¡El azahar es, ignorante caballero, cáliz, maná, un
regalo bendito! ¡Ay, Señor, Señor! ¡El azahar es (se persigna) a lo que huele el
Cielo!
Para algún simpático, se inicia con la puesta cenicera el Carnaval de los Curas; que dura, por
cierto, casi tanto como la propia cuaresma
de actos venerables hacia el dios Momo y a su religión de papelillos y serpentinas. Pero pocos tendrán un mal
recuerdo de niñez cuando salían con las vacaciones bajo el brazo un Viernes de
Dolores, y acudían a buscar uno de esos itinerarios sin la alharaca ni pompa de
hoy, donde solo venían lo justo. Nada de estrenos, ni bandas, ni reseñas.
¡Nada! Solo calles y el escueto horario de Salida/Entrada
y Carrera Oficial.
Hervideros de chavalería –Gloria divina, continuadores de la
fe de sus progenitores-, antifaz embolsado, buscando la tienda de toda la vida
para que le hagan el capirote. Ay, el cartón… Ese cucurucho que ha
evolucionado como los teléfonos móviles: de rejillas, casi sin peso, unos; con una
pequeña cámara de aire, para que no nos incomode en la cabeza, otros… Y de
baratos, ni mijita. Que la penitencia hoy es como un artículo de lujo donde,
por lo bajo, nos sale a unos treinta euros por cirio e hijo. (Y aquí cabe el emoticono
horrorizado del Whatsapp).
Los ensayos con las andas desnudas de esplendor por nuestras
calles serán todo un acontecimiento, y
del esfuerzo de los hombres que se adivinan bajo ellas empezarán a brotar nuevas
inquietudes, que serán motivo para pensar que eso de lo que tanto se habla tiene
futuro: la tradición bajo los palos.
¡O la innovación! ¿Quién sabe? En Sevilla, por ejemplo, se implanta la
revolución del costal. Perdón… ¡Del modelo del costal!
Besamanos y besapiés que con tanto preciosismo y
perfección a las que han llegado tienen, a veces, visos de pases de modelos de
alta floritura, y no faltan para ello
sus jueces inmisericordes, que al mayordomo
o prioste (como gusten) lo elevan o
desmontan del mismo altar que compuso –para mayor gloria de Dios y Su Santísima
Madre, no lo olvidemos-, con elocuentes y técnicos argumentos en especializadas
etiquetas tuiteras (#camaristahorribilis
o #altaresparaolvidar), por ejemplo.
Nos convertiremos en expertos meteorólogos, y nos hartaremos
de leer y escuchar palabrotas tales como cirrocúmulos, nimboestratos y demás terminología
atmosférica. Tanta será nuestra avidez de conocimiento a fecha vista, que creo
que en Rota y en el Observatorio de Marina isleño, cuando llegan estas fechas, nos
temen hasta el extremo de colocar a uno de guardia expresamente para nosotros.
En fin.
Llegan cuarenta días para la emoción, para el recuerdo, para
la exaltación, para la ilusión, para los nervios, para volver a realizar las
mismas labores que se perpetúan o se reinventan en una hermandad, para hacer
buenas las costumbres que cada año nos gusta repetir.
Señoras, señores… Prepárense, porque #EstoYaEstáAquí.