Opinión - La trastienda

OPINIÓN: “Yo creo en los Reyes Magos” – ‘La trastienda’

Yo sí creo en los Reyes
Magos
. Nunca dejé de hacerlo, y cada vez desarraigo, a pesar de muchas
cosas, cualquier intento de asalto por parte de no pocos paparrucheros a ese jardín
de infancia al que de vez en cuando asisto, desasiéndome de esta carcasa que es
el ser adulto.

A veces, hacemos perder a los niños esa magia que es el
simple hecho de pensar que puede ser verdad algo que resulta imposible. Los
entregamos, más pronto que tarde, a nuestro mundo: al de los desengaños y las
medias verdades -con más medias que verdades-. Pretendemos crear seres
racionales cuando la razón, casi siempre, es cosa de niños. No queremos un hijo
pánfilo a quien se las den con queso, sino uno que se quede con el queso.

Pasó la Noche de la Ilusión. Por nuestro salones, ahora más
o menos recogidos, se vivieron las escenas únicas de los ojos brillantes de la
alegría, la sorpresa… La casa llena de papel para envolver, cajas,
chocolatinas, algún juguete que se acaba de enterar que va a pasar a ser “del banquillo”, superado ante los
nuevos fichajes… Pasó la Noche de Reyes.

La fiesta del
consumismo por amor
ha tocado a su fin y, a pesar de todo, hemos vuelto a
cumplir la tradición de dar lo que
podemos por el mero hecho de hacer feliz
. Y en esta nos encontramos con el
milagro que algunos inconscientes incitan a que no vuelva a ocurrir mientras,
tirando de bolsones, son acompañados de sus vástagos -muchos menudos aún- para
recoger de los centros comerciales aquello que, otrora,  fueron deseos infantiles y hoy no son más que
caramelos dados sin gracia alguna. Se esfuma de golpe esa ensoñación. Poniendo
el ejemplo de los caramelos, algo así como cuando se está embobado viendo las
cabalgatas y desde una carroza te atizan con uno en la cara. ¡Zasca!

Sin embargo, entre lo triste y cierto alivio, no pocos niños
–y adultos- habrán tenido que recurrir a auténticos Reyes Magos anónimos y
caritativos para ver en sus dormitorios el regalo que no esperaban; pero como
ya dije, creo en el espíritu mágico
de esa noche, y esos niños también, y sus padres se habrán dado cuenta que no
es falso todo lo que los racionalistas nos quieren hacer creer. ¡Es cierto que
hay un Melchor, un Gaspar y un Baltasar! ¡Claro que lo es! Si no fuera así,
¿cómo podría haberse cumplido si no las caritas de satisfacción en esos
pequeños y en sus padres?

No crean si no quieren. Acuchillen con una sonrisa traicionera
la fe, el abracadabra con el que los más pequeños sueñan. Hagámoslos mayores
desilusionados. ¿A qué guardar el secreto?

Sigo creyendo, como lo hacía siendo un inocente, que en este
mundo hay maravillas que se deben salvaguardar como oro en paño, a pesar de que
alguna vez serán descubiertas. Pero aún  así, hemos de hacer valer lo que mantenemos
de aquél niño que fuimos: saber
contagiar la ilusión
.