Opinión - La trastienda

OPINIÓN: De regreso a la trastienda – ‘La trastienda’

Hay
ventanas, balcones, habitaciones, lugares idóneos donde poder charlar,
reflexionar, conversar, departir sobre lo acontecido en la tranquilidad de
cualquier momento que estimemos. Sin embargo, no todos los sitios son los idóneos
para ser sinceros. Y que nadie me comprenda mal.

Podemos
ser corteses y hacer caso omiso a comentarios que, en realidad, no nos son tan
ajenos o no nos resultan tan poco importantes como pudiera parecer. Podemos ser
amables y declinar, con una sonrisa, la invitación a participar de determinadas
compañías que, en realidad, nos resultan más engorrosas que provechosas. O podemos
degustar el néctar que derraman, a veces con demasiada dejadez, los barriles
que están llenos del jugo de las noticias, del cotilleo, del amarilleo de las
crónicas con las que nos hartamos hasta emborracharnos de su contenido, servido
en sitios donde el catar y el chismorreo van a la par. Y, sinceramente, cuando
eso ocurre, nos olvidamos de las buenas maneras para entrar al mundo del
corrillo y los reojos.

Quien
me conoce puede saber porqué “La trastienda”. Durante una etapa
de mi vida, tuve una. Un lugar donde evadirme, donde reunirme, donde disfrutar
de grata compañía y conversar sobre lo que quisiera, sin necesidad de temer orejas
de lobo que, a modo de radar, rebuscaban en el aire cualquier información que
se pudiera interpretar al libre albedrío, con lo perjudicial que eso es. Y
ahora puedo confesar que sobre lo que se conversaba, y con quienes lo hacía,
jamás tuvo mejor mesa de reunión que la de aquel aposento de guarda y custodia.

La
complicidad de los momentos, la alegría del compañerismo, la sinceridad de
quienes conversábamos y la libertad para expresar aquello que considerábamos
necesario, fue el quid que hizo de aquél breve recinto rectangular, entre cajas
y estanterías de aluminio, se convirtiera en santuario para enmendar, confesar
y hasta confiar en cambios que no se veían cercanos, sea cual fueran nuestras tertulias
en aquél sitio.

Hoy
vuelvo atrás. Hoy me reencuentro, 17 años después, con aquella trastienda con
olor a incienso. Después de mucho tiempo de tener la llave de aquella puerta
blanca extraviada en un baúl que no pensaba volver a abrir, la tengo de nuevo
en mis manos. En cierto modo tengo algo de incertidumbre en abrir esa puerta,
porque se que dentro hubo mucho material, mucha historia, muchas anécdotas,
muchos secretos, muchos sentimientos, muchas sensaciones… Y no siempre se sabe
si metes a las personas adecuadas en aquello que es tan tuyo, que quien rompiera
la cadena del vínculo que representa entrar a ese leve templo del sosiego, la
paz y la cordialidad, puede generar lo que generó la mítica caja de Pandora
cuando se desveló su contenido.

Delante
de mí, aquella puerta blanca. Otra vez. En mis manos, miro la llave. De nuevo
vuelvo a ser valiente, igual que lo fui en una ocasión. Abro la puerta de
aquella pequeña sala de los tesoros privados y ante mí todo por descubrir de
nuevo. Vacía la dejé, guardando en cajas bien selladas todas las riquezas
personales que allí acumulé. Vacía me la encuentro y respiro entre aliviado y
nostálgico. Aliviado porque, como he dicho antes, nuevamente está todo por
descubrir tras esta nueva apertura. Nostálgico, porque es inevitable al mirar ese
espacio recordar cómo todo se recogió con no cierta pena.

Gracias
a ISLAPASIÓN por devolverme, de
nuevo, las ganas de desgranar, de comentar, de compartir, de ser fiel a mis
principios como cofrade –con todo lo que ello representa- y devolverme,
indirectamente, este huequecito donde no falté entonces a mi auténtico yo y
hoy, por segunda vez, me regalan la oportunidad de reencontrarme, con la única
diferencia de la experiencia.

A
todos, bienvenido a "La Trastienda".