Opinión - La trastienda

OPINIÓN: «No todo ha pasado» – ‘La trastienda’

Cuando el azahar -ese
cáliz en verde altar- está estallando con vehemencia, y su fragancia invade con
descaro de perfume caro las calles que se engalanan con esta prenda
aromatizada, parece que a esta primavera que se va haciendo muchacha le falta
algo.

En las tardes que se
desabrigan de chaquetones mañaneros y se desabrochan las mangas del horario de
invierno donde, por obra y gracia de este bendito rincón del sur, hasta el
sombrero de las nubes es cosa de días contados, sí… Parece que falta algo.

Para los que el
calendario el nuevo año comienza un lunes de Pascua y culmina un Domingo de
Resurrección, este año, al menos desde mi parecer, se nos ha quedado corto. Al
pellizco en el corazón al contemplar el primer capirote, aparecido por sorpresa
tras cualquier esquina, se une el pellizco del alma -que es casi tanto como
aquel que cité, pero con un ay que provoca resquemor- cuando uno siente que el
segundero se ha excedido en su quehacer.

Ay, marzo traidor, qué
bien te vendiste a tiempo dejando al naranjo en flor.

Ahora, con el recuerdo
embalsamado en las ceras de aquellas jornadas que dejaron su impronta estallada
en el suelo; mirando las túnicas descansadas en el rincón de la ropa limpia
pendiente de guardar; con las horas que marcan no la salida de las cruces de
guía, sino las de lo cotidiano cuando abril no ha nacido siquiera, empieza uno
a darse cuenta de la transitividad de los momentos. Ser, estar y parecer: Es primavera,
estamos en primavera y parece que ésta no está completa.

Reflexionaba hace unos
días en mi muro de Facebook, a modo de ensoñación, cómo creía  escuchar aún las campanas repicando en sus
espadañas, alegrando los  barrios; cómo
los primeros sones y cómo las primeras exclamaciones mirando incrédulos donde
la veleta señala los vientos. Ay, traicionero marzo.

Soñaba esos momentos con
mi hija en brazos y mis hijos preguntándole al abuelo, mientras sonaban notas benditas
detrás de un azulado palio de Lunes Santo; absorto, mientras mis pies marcaban,
al compás de percusión y vientos, un mecío
de esos de calle Ancha. Yo me entiendo.

Soñaba, hasta que el día
me despertó a través de la ventana. ¿No iba a soñar, si esta Semana Santa ha
pasado como las cosas buenas, a pesar –ay, marzo traicionero- de los sustos del
tiempo? Tan deprisa que no se ha detenido más que en digitales atrapasueños; tecnología
revestida de magia con megapíxeles.

Del aquel pregón del
<<aquí empieza a terminarse lo
bueno
>>, que tan preciso hilara Eduardo Albarrán en un tal Domingo de
Pasión -que ya se entona con suspiros-, para qué hablar.

Como he leído hace poco
por las redes, con la poesía  que solo
los enamorados saben recitar en intimidad; lo siento,
azahar. Ahora es tiempo de nardos, de rosarios de la aurora, de Jesús sacramentado
y de Ella: de los dolores a la gloria.

Esta forma de vida, marzo
traicionero -Judas del calendario-, va de flor en flor, de sentimiento en
sentimiento; y, aunque a esta niña primavera parezca que le falte el olor a
incienso y el color de las bambalinas recortando cielos, aún le quedan cofrades
momentos.

Así pues, aludiendo a una
frase que oí en estos días, quien prefiera despertar de sus sueños mejor por un
despertador que por el golpe seco de un llamador, lo siento.