Semana Santa Sevilla y provincia

El Señor de la Caridad de Santa Marta recorrió las calles de Sevilla en Vía-Crucis de manera extraordinaria

Hace setenta y cinco años, en el corazón de la Judería, un grupo de hosteleros que rendían culto a Santa Marta lograron constituir una hermandad de gloria con el propósito esencial de realizar obras de caridad para con los más necesitados. Erigida en el marco de una Sevilla azotada por la posguerra y la miseria, al poco tiempo presentó, para asombro de la ciudad y de su Semana Santa, un paso de misterio de factura elevadísima, de incuestionable unción y soberbio en disposición y escenografía.

Entre Sebastián Santos y Ortega Bru -nombres capitales para comprender la imaginería del siglo pasado- se configuró un paso de misterio que, tres cuartos de siglo después, ha adquirido una virtud compleja: transmitir esa sensación de llevar décadas y décadas procesionando. Indispensable para muchos, el misterio de Santa Marta (su patetismo, la gravedad de su atmósfera, la proporción de sus líneas, la dureza de Bru y la dulzura de Santos) causa conmoción y parálisis a todo aquel que lo contempla. En la tarde de este martes, Día de Andalucía, la cofradía de San Andrés -donde también parece que lleva siglos- entregó a Sevilla un Vía Crucis que desbordaba espiritualidad, respeto, impacto. Y la ciudad correspondió.

En los pliegues y contornos del Cristo de la Caridad, Ortega Bru reflejó con extrema delicadeza sus mayores tormentos, su carácter marcado por el sufrimiento de la guerra, su personalidad alejada del barroco y la vanguardia imaginera que nadie se atrevió a tratar y que le valió el cuestionamiento de sus compañeros de oficio. De ahí su excepcionalidad, su potencia expresiva, unos trazos goyescos en las costillas y en las heridas de este Hombre que anoche citó a cientos de personas en torno a su figura.

Fue algo más que un Vía Crucis, más que un rezo inspirador y profundo. La mímesis imagen/fiel convergían hasta tal punto de humanidad que todo nos parecía un sacrificio antiguo, un ritual de amortajamiento propio de civilizaciones pasadas sin más mesa de altar que unas andas y una sábana blanca a merced de los fríos vientos de marzo. Era la muerte de febrero, la muerte de Dios, la muerte del tiempo. Parecía como si la sangre aún caliente tildara de rosas los asfaltos, como si el «rigor mortis» de este Cristo aún tensara los aires y nuestros ojos, como si el Sepulcro se alejase cada vez más y más de nuestro rito.

Hoy, con la luz de marzo dorando la mañana, nuestra vida continúa pero en un plano irreal y volátil. Cristo mismo, decididamente muerto, definitivamente eterno, cruzó ante nosotros una noche de febrero.

Vía-Crucis Cristo de la Caridad | Santa Marta | Sevilla | 2023
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