OPINIÓN: ‘Noviembre y el arte de vestir’ – «Fajín de esparto»
Lo siento, seré políticamente
incorrecto. Me ceñiré el fajín de esparto y sacaré mis particulares alfileres y
agujetas para tratar sobre algo que es igual de importante para la unción
sagrada de una imagen que la propia talla; el llamado arte de vestir. Quizás este artículo cree conflicto y malestar en
amigos cuya profesionalidad y buen hacer no voy a poner nunca en duda, puesto
que el arte de vestir que tienen en
sus manos es un don que Dios les ha concedido para darle unción a esos fríos
candeleros sobre los que se estructuran las imágenes sagradas que representan a
María Santísima en sus múltiples advocaciones. Y ante ello, mi respeto y
admiración siempre irán por delante.
Todo evoluciona, toda cambia.
Ahora pocos son los que se cuestionan que una titular de una cofradía de las
llamadas de barrio, de bulla o alegres (denomínenla como quieran) sea vestida
de «negro» en el mes de noviembre en memoria de los hermanos difuntos
de esa corporación. Incluso muchas de las titulares de gloria también se visten
con un atuendo menos alegre.
Y en esa evolución de las
mentalidades, también está la formación, estudio, profesionalidad,… de los
vestidores y camaristas. Estas labores ya no son llevadas a cabo por la mujer
de uno de los miembros de la junta de gobierno que sabe coser como ocurría hace
varias décadas. Los encajes, la gasa, el tul o lo que se vaya a emplear debe
estar colocado con gusto, refinamiento y perfección. Todo está pensado y son
horas de dedicación tanto previas para idear la composición como en el momento
de su ejecución.
Además de las festividades
propias de cada advocación en las que para esas funciones suelen lucir sus
mejores galas, el armario de las titulares han ido también poco a poco
mejorando y no sólo me refiero a bordados sino a la presencia de otro tipo de
telas como brocateles, terciopelos, etc… ampliando la gama de colores para
ajustarse a los distintos cambios de atuendo a lo largo del calendario litúrgico
(luto, Inmaculada, Candelaria –
cuaresma, pentecostés, …).
Pero Noviembre es especial.
Quizás porque, aunque lo comprendamos, choca a primera vista ver el predominio
del negro donde el resto del año destacan los colores vivos. Y también porque
el resto del ajuar de esas dolorosas está pensado para ser vestidas de forma
más alegre, por lo que quizás encajes y orfebrería dorada no congenien del todo
bien con esta forma de vestir. Y por qué no decirlo. La imaginiería del s. XX
no ha sabido (o no ha querido) mostrar lo que las imágenes de los ss. XVIII-XIX
consiguieron. Las «actuales» suelen tener rasgos más alegres, más
gozosos y menos solemnes que la imaginiería «antigua». También ello
está motivado, entre otros factores, por los estilos de hermandades que se han
creado en estas últimas décadas donde «las de negro» han sido
ampliamente superadas por «las de capa».
Con ello, quiero decir que como
le queda un atuendo de luto a una imagen del s. XVIII o del s. XIX no le queda
a una imagen de hace veinticinco años. Subjetividad en estado puro; lo se, pero
¿no es esto un simple artículo de opinión?
Y en esa subjetividad, tengo mi particular top ten anual sobre aciertos y fracasos en esto del arte de vestir de noviembre. Por respeto
a lo sagrado y a lo que significan estas imágenes y para que tampoco nadie se
sienta molesto (la crítica está en la sangre del cofrade pero que …no me toquen lo mío…) no pondré
nombres de advocaciones, tal y como solíamos hacer en el extinto foro de Islapasion bajo un pseudónimo
que todos conocían.
Hay determinadas advocaciones que
son en el mes de noviembre cuando más lucen, porque fueron concebidas como
auténticas dolorosas y las estrecheces, la austeridad en las telas usadas y el
uso de antiguas preseas sobre la sien de ellas les vienen como anillo al dedo.
Pero por otro lado, no concibo encajes macarenos amplios con mantos negros y
tampoco me gustan las mantillas de ese color. Además, no termino de ver algunas
tendencias que no sólo se perciben en San Fernando sino que están calando en
otras localidades como Cádiz, Jerez o incluso Sevilla, como el uso de
determinados telas con brocados o brocateles; o dependiendo de qué imágenes y
qué tonalidades, habría qué pensarse los trajes de damas de corte. Menos aún
los trajes de luto de la nobleza de época moderna, pues creo que las imágenes
pierden la unción divina por la que fueron creadas. Dudas me surgen cuando le
retiramos la corona o diadema a las imágenes para «coronarlas» con
una mantilla, aunque también tenemos muchas imágenes cristíferas sin
potencias…
Y por último, me surge la eterna
pregunta… ¿una imagen tiene que tener un estilo propio y definido por el
estilo general de la Hermandad, o debe
adecuarse a los tiempos litúrgicos o incluso a los gustos del vestidor/a por
ser éste el verdadero profesional en el tema y el que tenga quizás una visión
más formada al respecto? Quizás la solución esté en el término medio, quizás,
quizás, quizás…