OPINIÓN: «De-votos en el Rocío» – ‘La trastienda’
A días del culmen pascual,
cuando las calles de un simple poblado se convierta en el epicentro devocional
del catolicismo más mariano, superando en estadísticas de número de personas
por metro cuadrado a la mismísima Meca musulmana, han sido ocupadas nuestras
calles con salves y ruidos de caravanas que esperan con ansias llegar a la
noche grande del veinticuatro de mayo.
Aún no ha llegado el anhelado
momento, y ya hay fiesta. Es el anticipo de lo que se prevé como el triunfo de
los sentimientos, la explosión de las emociones, el deseo de encontrarnos, cara
a cara, con el milagro que suplicamos cada día resumido en el instante preciso
donde el júbilo estalla más allá de las doce de la noche.
En el camino, que se hace
cansado y extenso, se encontrarán los devotos que llevan con orgullo colgado en
su pecho el motivo de su fe. Cordones de distintos colores se dan cita en el
árduo tránsito. Cada cuál entona sus loas más fuerte, subidos en sus carretas
tirada por enyugados bueyes, que anuncian con alegres campanilleos el discurrir
de aquella romería. ¡Qué distinto sería todo si no fuesen por ellos!
Cumplidores, con fidelidad
canina, de la orden de la vara de quien les guía. Cruzando el mismo río donde
yacen las cenizas de aquellos que también creían en ese trasiego de fe;
arrodillándose ante cada pendón. Vadeando por los barros, haciendo más fácil el
duro trayecto.
Todo forma parte de la
liturgia… ¡Hasta los bueyes! ¡Digo!
Es difícil ser el perfecto caminante.
No es sencillo no incurrir en algún despropósito, en alguna palabra fuera de
lugar, en algún gesto impropio en lo que se llega al destino, porque se es
humano: un ser imperfectamente perfecto. Borracheras de la efusividad que
desacreditan. Es ahí cuando conocemos a aquellos que realizan esta procesión de
intenciones. Este acto donde se pretende demostrar de lo que son capaces de
hacer por la convicción en una creencia.
¿Serán auténticas sus
promesas?
La mañana del veinticuatro de
mayo será un jolgorio. Una jornada de puertas abiertas. Un ir y venir de caras
emocionadas por ser sabedores del deber cumplido, nerviosos mientras se aguarda
ese momento único de la noche, donde se salta la reja y se palpa, con manos
ansiosas, el premio tan deseado después de tanta espera e incertidumbres.
Es la particular romería
de esta campaña política. ¿Quién dijo que era incompatible hablar de votos y
El Rocío?
Mientras, como decía al
principio, esa misma noche, a cualquier distancia, en una pequeño rincón que se
asoma al milagro de la naturaleza que es Doñana, incontables serán las
lágrimas de verdadera alegría que se vertirán ante la Madre de Dios. La
auténtica triunfadora, la que no defrauda con falsas palabras, la que oye sin
pedir un voto a cambio, la que te concede el regalo de su paz sin importar qué
o quién eres, la que otorga la Esperanza con solo una mirada.
Esa madrugada del Lunes de
Pentecostés, cuando la frivolidad de las ideologías se ceben en
comentarios y risas de escarnios hacia quienes no hayan logrado sus
objetivos de cambiar de tonalidad el signo político de un ayuntamiento (para
mayor gloria de la vanidad humana), por las calle de arena de la aldea más
universal, se aclamará, aplaudirá y echarán cohetes al cielo celebrando la
renovación en su puesto de la mejor Alcaldesa que pudo poner Dios en la
Tierra, llevada en volandas por una muchedumbre que no tuvo dudas a la hora de
seguir votándola.
¡Y qué pedazo de Alcaldesa!