Opinión - La trastienda

OPINIÓN: Aforados – ‘La trastienda’

El término hace referencia ,
grosso modo, a aquellos que por su cargo o por sus especiales condiciones están
exentos de ser imputados o requeridos por la justicia ordinaria, aunque no así
por aquella de índole superior.

Para quien aún no lo supiera,
con lo de moda que se ha puesto la palabrita, pues una breve reseña.

A lo que voy. En Cádiz
resulta que el pleno de hermanos mayores -el máximo organismo del
parlamentarismo cofrade- ha denunciado y repudiado los actos y escenas que
algunas hermandades sufrieron la pasada Semana Santa, donde fueron increpados
-y más- por divergencias entre lo que el pueblo veía y lo que creían debían
observar en cuanto a la defensa de sus costumbres. Y cuando digo observar
me refiero a conservar.

Parte de los gaditanos, tan parcos
en expresiones cuando se trata de difundir o hablar sobre su religiosidad más
evidente, como si exponerse sobre sus devociones fuera un acto de sedición en
contra de su fervor al alma mater de su ser como pueblo que no calla
penas ni verdades en las letras que por carnavales se estiman como dardos
certeros, han dejado clara su postura al respecto de lo que Cádiz debe mostrar
a quien la visite en fechas de santas calendas: su estilo, sus formas,
su vocabulario y su yo más castizo no pueden ser apartados al gusto de
quienes tienen la obligación del gobierno de las cofradías.

Y a fe cierta que lo han
dejado firmado.

Lo han firmado y visionado
propios y ajenos que, con caras de emoticono sorprendido, habían asistido al
acto de rebelión más soez y humillante que puede darse, de forma pública y
creyéndose adalides de la razón. Insultos, escupitajos, sorna y hasta
zancadillas a cargadores fueron los argumentos que se expusieron para la
defensa de su desacuerdo.

Conste que no entro a dirimir
sobre el fondo de la cuestión que son las tradiciones y su salvaguarda,
expongo sobre el golpe de mesa dado desde el Consejo de Hermandades de Cádiz.
El hartazgo de aquellos que se desviven sin cobrar un duro por mantener
la esencia religiosa, por cuidar el arte traspasado de forma generacional y
enriquecer a toda una población, no ya sólo de forma cultural sino de forma
efectiva  -con turismo, vamos-.

Lo que aquí escribo puede
convalidarse con cualquier ciudad donde el sentir y vivir cofradiero es
una parte inherente de su ser.

Los aforados, en este
caso, es el mismo pueblo -creyente o no, que esa es otra- al que parece no se
le puede enjuiciar por expresar de tal manera el derecho a la
autodeterminación
y a la independencia sobre el hecho
diferenciador local
. O sea como Cataluña con España pero en vez de castellets,
sardanas
y  barretinas, con
pasos, marchas procesionales y capirotes. El pueblo es soberano y tiene derecho
a manifestar su opinión (aunque las formas no sean las preceptivas) y ponga
usted punto en boca que ¡esto es Cadi y aquí hay que mamá! Pero
vamos… En Cádiz, Sevilla o Alcalá la Real.

El ente capilla está
obligado por contrato no firmado, salvo su expresa indicación en sus
reglamentos internos, a preservar esa parte del costumbrismo popular que no
tiene nada que ver con la religión ni la fe, sino con la estética. El
incumplimiento de esta norma de oro para el ciudadano puede conllevar la
condena por gran traición, y he aquí que el tribunal popular lo
pena. Sirve cualquier tipo de actuación para ejecutarla.

Esto, por desgracia, es así.
En Sevilla existe la figura del rancio que, entiéndase, es aquél que gusta
de ser fiel objetor de las líneas neocofrades o exocofrades -aquellas
que se importan de otros sitios- y es celoso guardián del mantenimiento de
las tradiciones lugareñas
. Asimismo, esta misma figura es también
extrapolable a cualquier otro defensor de sus costumbres sin importar
ubicación. Algún día se constituirán en asociación, al tiempo. 

Pero lo grave no es que se
atienda a resguardar aquello que nos identifica, eso es loable; lo peor es que
ello conlleve al vandalismo, falta de respeto y al cualquier
cosa vale
si se trata de mantener nuestro sello, nuestra marca de
referencia y diferencia. El pueblo es el gran aforado de nuestras
tradiciones, como ya he citado. No se le puede responder, señalar ni instar a
considerar el fruto de la labor callada de quienes dedican muchas horas, muchos
días, meses y años en llevarles, cuando no pueden o no quieren acercarse, la
misma casa de Dios a rezar, hablar o sólo a huir de la realidad, tan cruda a
veces.

Entiendo, comparto y apoyo
que los gobiernos de las hermandades son sólo flores de poco tiempo.
Sus perfúmes son tan efímeros como la misma vida y pueden gustar o no, y si es
que no se cambian las flores y punto, que para eso están los jardineros
que deciden cuales poner cuando corresponda. Pero no se puede quedar impune la
desmedida de un pueblo, por mucho que se intenten justificar sus actos en pos
de no perder la idiosincracia cultural.

Enhorabuena a los hermanos
mayores de las cofradías gaditanas. Con esta denuncia dan por sentado y por
abiertas las puertas a disentir desde la cordura
. La lástima es que, como
siempre, harán oídos sordos los auténticos destinatarios del mensaje.

De todas formas, una
reflexión más hacia las juntas directivas de nuestras hermandades: las
decisiones que se tomen y se plasmen durante los mandatos tras los cabildos de
elecciones, no deben venir dadas del deseo de cambiar las cosas establecidas
sin más. Deben basarse en una lógica y tener fundamento y, desde luego, no
perder la raíz desde la que nacieron que, a fin de cuentas, es aquella misma
del pueblo
.