Opinión - La trastienda

OPINIÓN: La tradición innovada – ‘La trastienda’

De cuando se vivía sin el sinvivir de tener que estar
atentos al teléfono móvil ya, hoy día, muy pocos se acordarán. Quizás, como
mucho, lo referenciarán a modo de ejemplo de la exagerada vigilancia a la que
exponemos nuestro terminal.

Yo mismo me reconozco un incondicional de su uso. De hecho,
muchos trámites, remisión y lectura de correos electrónicos, creación de
reflexiones en mis blogs, etc., los realizo a través de mi móvil. Es un signo de los tiempos. De cuando los primeros teléfonos
empezamos a escuchar las melodías polifónicas 
-si no recuerdo mal pudo ser sobre los años 2000 o 2001-, y todos los
que nos sentíamos vinculados con el mundo cofrade supimos que había una versión
de “La
Saeta
” de Serrat, nos
volvíamos locos buscando quien nos la pudiera pasar.

Sin embargo, antes de toda esta locura de tecnología de
andar por casa, no había nada que nos atara tanto. Se disfrutaba de la
espontaneidad del momento; aunque fuese un momento previsto, la libertad
personal era casi plena. Hoy, a través de las aplicaciones de mensajes
instantáneos, tenemos localizado casi al 100% a amigos, familiares, compañeros
de trabajo o estudio… La improvisación al respecto es casi nula; cuanto menos
es muy limitada.

Por entonces, cuando en Semana Santa quedábamos cerca de la
capilla de la Estrella para ver salir La Borriquita, aquél primer
encuentro –a pesar de haber ido juntos a la misa de Ramos- era toda una
aventura. Sincronizarnos horas antes, buscar el sitio oportuno, no saber si Fulanito o Menganito estarían a la hora, y tendríamos que retrasar los planes
para no encontrarnos dispersos en ese momento mágico del esperado Domingo de
Ramos.

En nuestras manos el itinerario de rigor. Al principio
cuidadosamente guardado en nuestra chaqueta, pero a lo largo de la semana esa
misma guía sería manoseada, doblada, caída, manchada… En fin, un auténtico
manual.

Todo era un ritual, consagrado a lo largo de nuestros años,
de una liturgia estricta. Pocas variaciones eran permitidas en esa ceremonia
del día más esperado, sin duda, del año. Y la cruz de guía de la hermandad de
Cristo Rey en el dintel de su capilla era el momento más anhelado. Era como la
persignación de aquella celebración que aún duraría un seis días más.

Las caminatas en busca del hueco oportuno, del rincón
preciso, de la esquina acertada… Por entonces, las handycam, empezaban a hacerse hueco. Las “pequeñas” cámaras de
vídeo con las que inmortalizaríamos aquellos momentos únicos, irrepetibles sin
duda, nos convertía en improvisados reporteros de calle en busca de la imagen
que ocasionara la portada del día, el comentario que no cesaríamos de repetir
durante bastante tiempo y que, con aquellos que no lo vivieron junto a
nosotros, lo enmarcaríamos en adjetivos magnificentes.

Entonces no lo pensábamos, porque considerábamos nuestra obra para el momento. Era un carpe diem cofrade –cosa que, en cierto
modo, no era incorrecto considerarlo-. Quienes hoy podemos visualizar las
cintas de aquellos años podremos observar que, para todos, el tiempo no pasa en
balde.

Aquellos niños vestidos como adultos,
con las ilusiones puestas en el mismo momento en el que estábamos, tan sólo
buscando un momento justo nuevo, en ese mismo día, ya somos hoy padres de
familia, no tenemos todo el tiempo del mundo que teníamos antes, ni siquiera
podemos dedicarle todo el que deseáramos a lo que más nos gusta. Queremos que
nuestros hijos no abandonen el sendero que, una vez, nos marcaron o marcamos
nosotros mismos.

Seguimos visitando las mismas esquinas, queremos seguir
viendo las mismas escenas que, años atrás, nos emocionaban. Nos sorprendemos
–sobre todo los que estamos más alejados de La Isla-, cuando nos enteramos que
tal o cuál hermandad ya no pasa por cierta calle y creemos que se ha perdido la
esencia de lo que fue tiempo ha.

Hoy, cargados con nuestros móviles, o con cámaras mucho más
precisas y sin la necesidad de ir soportando el peso de una batería de
repuesto, del cargador por si -mientras cambiábamos la batería nueva- podíamos
poner a cargar la que acabábamos de quitar; las cintas con su respectiva caja
para guardarlas y un bolígrafo con el que perpetuar la solemnidad de su
contenido: “Domingo de Ramos. Columnas, Borriquita y HP” –sic-; como decía, hoy
con mucho menos aparataje técnico nos ubicamos de forma estratégica buscando,
como hacíamos entonces, ese momento especial, imborrable, único de esta Semana
Santa.

Aquella liturgia se ha disipado en el tiempo. Tanto como
nuestras costumbres. Los ansiados itinerarios de papel, que aún son requeridos
con fruición, pasará en breve a formar parte de aquella liturgia perdida en el
devenir de los años. ¿Porqué? Pues… Démosles las gracias a ISLAPASIÓN y a otra iniciativa privada, por hacer que esas guías,
tan útiles como artísticas hoy día, por donde estar al tanto de todas las
novedades de las hermandades en su salida penitencial, pasen a ser toda una
joya del coleccionismo más requerido por los cofrades de aquí a dentro de no
muchos años.

Sí. Se imponen en este año los itinerarios virtuales. A modo
de APP los podremos descargar en
nuestros teléfonos móviles encontrando, básicamente, la misma información que
hallábamos en aquellos otros de papel, con bellas ilustraciones y las
tradicionales “Salutaciones”.

Lo dicho antes. Es el devenir de los tiempos. Avanzar en la
era en la que nos encontramos, a pesar de querer seguir manteniendo
tradiciones. Pero éstas tienen que acomodarse. Posiblemente, dentro de algunos
años, recordemos cuando utilizábamos los itinerarios en papel; recordaremos lo
original y práctico de su concepción, el trabajo que podía costar llegar a
conseguirlo, los actos en los que se facilitaban y cómo le echábamos el primer
vistazo mientras de fondo oíamos  “A mi
capataz
” en la Iglesia Mayor.

APP cofrades para
móviles. Guías con el recorrido de las hermandades. Crea tu propia hermandad
(¿sabíais que existe una aplicación así?), se el hermano mayor, el mayordomo,
el tesorero, el capataz… Nos retraeremos a aquellos años infantiles donde, con
cajas de zapatos que encontrábamos en casa, plastilina, los palillos del
restaurante chino que estaba en la calle Rosario y la recogida de flores del camino
de la Casería o del jardincillo de debajo de tu casa, teníamos todos los
elementos para crear nuestro propio paso, nuestra propia hermandad, con un
recorrido ficticio que tuviese su punto álgido en algún punto preciso de
nuestra casa que nos pareciera el idóneo para que fuese la carrera oficial.

Retomamos lo que teníamos, pero lo anclamos a ese
microuniverso que tenemos en nuestros móviles,
tan útiles, tan necesarios y, en no pocas ocasiones, tan prescindibles para que
volvamos a las costumbres más primitivas, totalmente ineludibles sino queremos
perder realmente la esencia.