Opinión - Fajín de esparto

OPINIÓN: “Juventud, divino tesoro, ¿hasta cuándo?” – ‘Fajín de esparto’

Casi atragantándome con las uvas
un familiar definió la juventud como esa etapa de la vida que transcurre entre
querer salir en fin de año y no te dejan y quedarte en casa porque ya no te apetece
salir a la calle esa noche. Lo que traducido a lo cofrade podría ser ese
periodo de tu vida que transcurre entre que sales de tu ciudad por primera vez
a ver otra Semana Santa y cuando ya te quedas en La Isla ya sea porque tus obligaciones familiares te obligan o
porque estás hastiado de lo foráneo.

La subjetividad del tiempo, ese
tiempo que ahora corre veloz y nos asfixia -cual fajín de esparto– no sólo en el día a día sino también en ese
calendario paralelo que los cofrades hemos creado. Porque ya estamos en precuaresma, ese periodo del año
existente entre la Navidad y el Miércoles de Ceniza que se adereza con las
primeras horneadas de roscos de la Victoria y los sonidos de marchas
procesionales  con los conciertos -este
domingo el primero- antes de llegar el Carnaval. Pero si hay un acto importante
en la precuaresma ese es la
presentación del cartel anunciador de la Semana Santa y la entrega de las
pastas al pregonero.

Y de esos dos temas, hoy me
quedaré con el segundo. No voy a obviar lo extraordinario del caso con un
pregón a medio hacer que nunca podrá tener una segunda oportunidad ¿? y con un
nuevo nombramiento a apenas dos meses de la gran cita. He escuchado de todo
sobre el pregonero de la Semana Santa de 2016, pero quizás la envidia sea la
que haya provocado ciertos comentarios desairados. Y en muchos de ellos se
hacía recurrente un concepto que representa valores positivos y reminiscencias
anheladas pero que en este mundo cainita se emplea para intentar desprestigiar
la trayectoria del enjuiciado.

Y es que la juventud, ese divino
tesoro que versara la pluma del poeta nicaragüense, a veces se ve como algo
nocivo, como si la experiencia sólo la tuviera aquel que se ha anclado en el
pasado de sus arrugas y no permite un cambio en el status quo establecido. Sinceramente me hace gracia tildar a
alguien de inexperto cuando lleva quince años ejerciendo como el principal
informador y difusor de nuestra Semana Santa a través de este medio digital.
Pero esa “juventud” entendida como inexperiencia que dicen algunos
del pregonero es la excusa de este artículo de opinión.

Y es que yo no veo por ningún
lado no sólo la inexperiencia sino la juventud. Porque la juventud cofrade sí
es esa que decía Dario que se va para no volver. El cofrade, al menos en
nuestra ciudad, madura rápidamente y cada vez da antes el salto a la primera
línea. Y para refrendar esta postura sólo tenemos que echar un vistazo a
nuestro alrededor y observar cómo esa generación de cofrades que creció y se
gestó con Islapasión está hoy en día plenamente incorporada en todos los
estamentos cofrades isleños, desde juntas de gobiernos de las hermandades,
pasando por el propio consejo, asociaciones, medios de comunicación, fotógrafos
o direcciones de formaciones musicales. Y en la que no están presentes la
agonía de los dinosaurios es patente. Anclados en su nostálgica memoria de
periodos pretéritos de dulces recuerdos pero de escasa practicidad en los días
que corren si no se complementa con aires nuevos. Pero oiga, tampoco quiero
hacer un alegato en contra de esas personas que aún siguen en la brecha de su
hermandad desde hace varias décadas. Es su vida, han creado escuela y atesoran
conocimientos que deben ser aprovechados.

Quizás más duda me entre con
respecto a lo que creo es la generación perdida, esa en la que me veo reflejado
porque maduré cofrademente en ella. Esa que entró con fuerza en la edad adulta
cofrade con el nuevo siglo y que se ha ido diluyendo, que han tomado otros
caminos y no se han mantenido en los órganos dirigentes. Esa que también tiene
suficientes conocimientos pero que se quemó muy rápido, que no tuvo la
perseverancia (o el compromiso) de mantenerse en sus ideas ante las bofetadas
que le iban llegando; una generación que tuvo hermanos mayores o pregoneros pero
que ahora la miro y la encuentro en segunda fila, en un estado latente de
desasosiego e indolencia. Esa generación perdida que ha hecho madura a la
juventud, a esa otra generación que ya es adulta en lo cofrade aunque aún no
tengan canas y que tiene a nuestro pregonero como uno de sus principales
exponentes de formación, experiencia y poder de transmisión. Una nueva
generación que ojalá sea la que lleve nuestra Semana Santa al lugar que se
merece, evolucionando en lo que debe -que es mucho- y manteniendo lo que es
trascendente, pero que sobre todo mantenga el empeño, las ganas y la fuerza con
la que ha entrado y no se diluya como otras.