Las cosas de la Virgen
Ayer tras 16 días -casualidades o no- fuera de su casa, de su templo, de su feligresía, la Virgen del Carmen Coronada regresaba a su templo conventual tras ir a visitar a sus hijos, a sus casas, a sus templos, a sus barrios y calles.
Como dijo uno de los sacerdotes en este caminar, cuando un hijo no puede ir a ver a su madre, es su madre la que hace todo lo posible por ver a sus hijos. Así fue, durante muchos días, más de dos semanas desde que emprendiera el camino primero para participar como cada año del Corpus Christi y luego hacer ese rosario de cuentas como parroquias que ha sido, como hace 27 años, su visita a los isleños.
Esta vez por su 325 aniversario fundacional. Más de tres siglos de la Virgen del Carmen en este trozo de tierra al que luego llamaron San Fernando. Antes que la Ciudad, antes que todo, estaba ya la hermandad y la Virgen. Y es que eso, ese reguero de generaciones marca mucho, y estos días han servido para dar testimonio de ello. Mucha verdad.
La Virgen ha estado acompañada de forma multitudinaria en todos y cada uno de los días. Como ocurriera en 2018 con Jesús Nazareno, quizás, y sin el quizás, las dos únicas imágenes capaces de poder soportar este peso de la fe según La Isla.
Y es que estos 16 días, estos 21,38 kilómetros recorridos, estos centenares de vivas, de salves, de oraciones calladas, de lágrimas en las mejillas… Todo se puede cuantificar. Todo no. La fe de un pueblo es difícilmente cuantificable, el fervómetro no existe, pero si existiera tengan por seguro que la unidad más alta de su medida en La Isla se alcanzaría junto a la Santísima Virgen del Carmen.
¿Y para qué ha servido todo esto? Pues ha servido para ratificar que la devoción a la Virgen del Carmen traspasa muchas fronteras. Las primeras las de su barrio o las calles que recorre cada 16 de julio. Después las de su historia, las barreras de la memoria, de su nómina de hermanos que se amplía, y también las barreras entre muchas cosas que durante el año crean divisiones y como dijo el párroco del Buen Pastor, junto a la Virgen no existen diferentes y tantas cosas distintas se unen sin distinciones.
Pero a todo esto, a los días, a las horas de traslado, el calor, el fuerte viento de levante, al trabajo de su mayordomía, del vestidor, a las cientos de labores previstas se suman luego las cosas de la Virgen.
Y es que aunque muchos no lo crean aún con una peregrinación como esta, preparada desde hace semanas, luego vienen las cosas no previstas, las que sorprenden por ser más verdad que todo. Son las imágenes que nos han dejado estos días, como una señora de avanzada edad asistiendo a la misa a las seis de la tarde en el Panteón apoyada únicamente en un andador y que había salido horas antes de su casa para poder estar junto a la Virgen en este momento.
O son las personas asomadas en los balcones, mayores muchas de ellas, que ni sabían que la Virgen pasaba y quiso la fortuna que los sorprendiera girándose a su casa. Es un pequeño balcón adornado con una simple bandera, con un lema, los pétalos derrochados a su paso. Son los escapularios antiguos, y los nuevos. Las medallas al cuello desde pequeños. Sin duda, las cosas de la Virgen.
Porque para los que fuimos todos los días, los que les sorprendió solo uno de ellos en algún momento, los que han querido acompañarla y no pudieron, los que le rezaron, los que no, los que cada noche se despedían hasta el día siguiente, los que le han pedido, los que fueron a agradecerle, todos, absolutamente todos, son los ejemplos claros de que estas acciones de la religiosidad popular bien encauzadas, bien entendidas, son necesarias también en pleno siglo XXI.
Se acabó el peregrinar, ahora todo vuelve a la calma. A un camarín al que en ninguna hora del año, mientras la Iglesia del Carmen esté abierta, le falta alguien sentado, frente al Sagrario, con la mirada clavada en la fiel protectora de los isleños desde hace más de tres siglos.
Todo esto que podamos escribir en mil folios y mucho más serán siempre las cosas de la Virgen y su pueblo, La Isla del Carmen.