La hermandad de la Soledad pudo llevar a cabo su procesión extraordinaria gracias a unas predicciones que ayer anunciaban una sensible mejoría del tiempo que dejaba un amplio hueco sin precipitaciones, tan amplío que a muchos les pareció irreal después de tanta lluvia y tormenta. En los planes previstos por la hermandad tan solo se trastocó la misa de la mañana que se celebró en el interior de la iglesia en vez de en la calle como estaba previsto. Cumplir casi medio milenio, haciendo un exagerado redondeo, no es algo baladí ni mucho menos cuando se trata de una institución que sostiene su existencia en una excelsa devoción de carácter mariano. Tampoco es insustancial que suceda con una hermandad penitencial, algo que pone de manifiesto que las cofradías en Jerez, con los inevitables «dientes de sierra» en su trayectoria, adquieren ese matiz de sempiternas que, al fin y al cabo, se lo da la gente. Y es la «gente de la Soledad», como dijo Ángel Rodríguez Aguilocho en su pregón conmemorativo dedicado a exaltar la efemérides, la que ha hecho posible que esta cofradía del Viernes Santo alcance 450 años de historia.
Ayer la hermandad de La Soledad celebró esta efemérides por todo lo alto como corresponde a la culminación de un ciclo de gran significado. Y salió en procesión con sus dos advocaciones y no sólo la de La Soledad, como cabría esperar si se toma la más pura referencia histórica. Fueron entre multitudes y respondiendo a la expectación que había levantado la cita. La tarde se tornó morada emulando el crepúsculo de un Viernes Santo para dar salida, primero, al cortejo que antecedió a los pasos con el grandioso Descendimiento rompiendo ritmos con esa fortaleza que transmite el conjunto de Ortega Brú y el soberbio paso de Guzmán Bejarano. Y también por la gente de abajo que se conjuró para hacer grande, con el esfuerzo físico que supone, todo lo extraordinario de ayer transmitiendo un caminar aparentemente incompatible con la envergadura del misterio, siempre acompasado a las cornetas y tambores de su banda, la de la Caridad, que sonó muy bien. El cortejo de hermanos se vio más compuesto gracias a las representaciones de hermandades con la advocación de la Soledad venidas desde diferentes ciudades junto a las del barrio y las de la parroquia.
El final de la «cofradía», que es el principio de todo, fue Nuestra Madre y Señora de la Soledad, la que dio origen a la historia que ayer se contaba en las calles, la de los 450 años de apego devocional de muchas generaciones que han visto y ven en su rostro la proximidad de la Madre de Dios. Mayestática en su palio negro y oro cual si fuera Viernes Santo y repartiendo el intenso aroma de los nardos que la adornaban. Anduvo con primor buscando una suave mecida acompasada a las machas que una vez más interpretó magníficamente la banda del Nazareno de Rota.
Volvió a sonar Soledad de Madre, cuando salía el palio, junto a un cuidado repertorio musical que fue variando conforme se avanzaba en el recorrido y en los momentos previstos. El primero de ellos, en un itinerario singular y muy diferente, fue ante el convento de las Mínimas en San Marcos, tras superar las estrecheces de Francos, donde se instaló un altar con la imagen que antaño fue Soledad. Fue un encuentro precioso y cargado de significado. Otro instante, entonado en lo institucional, fue en la plaza de la Asunción ante del Cabildo antiguo donde se entregó la Medalla de Oro de la ciudad a la hermandad, imponiéndose en ese mismo instante en el pecho de la Dolorosa. Se cantó la versión flamenca de la plegaria a la Soledad, recodando al eterno Antonio Gallardo Molina en una de sus creaciones más hermosas y recordadas; y se puso rumbo a la Victoria no sin antes deleitarnos por calles como Tornería y la misma Porvera, que es ahora y siempre su calle, la de la Soledad que la anduvo una vez más pero en el mes del Rosario.
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