Las mayores devociones sevillanas aguardan en la Catedral tras una jornada de traslados para la historia
Como cada vez que en Sevilla se vive una fiesta grande, las vísperas, son quizás igual de importantes. Para la procesión de clausura del II congreso internacional de hermandades que se celebra hoy, 8 de diciembre, tuvo una previa, ¡y vaya previa! con los traslados de cuatro de las imágenes más veneradas de la capital hispalense: Esperanza de Triana, Cristo de la Expiración, Esperanza Macarena y Gran Poder.
Traslado de la Esperanza de Triana y Cachorro
Atravesaba el Cachorro la recta de Castilla con el sol dorándole el costado de la lanzada al cruzar la calle Procurador. Desde un balcón se arrancaba una señora con una saeta que resultó ser una sevillana a capela, flamenca del arrabal pero tan trágica como una seguirilla. Se levantaba el crucificado con el tambor sobrio de la Puebla y comenzaba a sonar ‘Saeta onubense’, justo cuando carraspeó la olla de castañas asadas, que levantó una columna de humo, que es el incienso del invierno. Todo estaba dislocado. El Cachorro buscando los caminos de la Esperanza, de la algarabía de Pureza y el ruido ensordecedor de los vivas y los cohetes prohibidos al son solemne, casi fúnebre, del Cristo expirante de Triana. Todo eso cabía en la ciudad destartalada, hasta desubicada.
Porque el público selecto que estaba viendo al Cachorro en la O con los sones de la música olvidada de Gardey y la melodía de ‘Sevilla cofradiera’ de Gámez Laserna, fue un trampantojo. Cruzó el puente de Triana y todo estaba desbordado. Reyes Católicos era tan estrecha como Parras un Viernes Santo por la mañana. Fue el preludio de la jornada más multitudinaria de la historia de Sevilla, que se vivirá hoy con la procesión Magna.
Desde bien temprano la calle Pureza empezó a acoger a los clásicos acampados, pertrechados como un domingo de playa, pero con mantas. Para esto no hay seguiridad. Tres horas antes de que la Esperanza llegara a la capillita del Carmen ya había público esperando en el puente y el Altozano. A diez minutos de las dos, la banda de música de Las Cigarreras arrancó el pasacalles con la marcha de la coronación, seguida de pasodobles hasta llegar a la capilla, que provocó el primer delirio de la tarde.
Pasaban veinte minutos de las tres de la tarde y asomaron los ciriales de la Esperanza. No se cabía en los balcones, repletos de mantones de Manila. El silencio tenso de una calle repleta de gallardetes, guirnaldas y banderolas azules y blancas de las que colgaban anclas atronó nada más arrancar el cornetín del Himno. Todo explotó como los cohetes que lanzaron con el cascabeleo de la marcha de Albero, cuando la Virgen comenzó a dar un giro completo, empalmando la marcha con la salve de la Esperanza de Triana y arrancando nada más completar la vuelta.
Allí estaba Cabrero, el hermano mayor de la Macarena, con la vara de las capillas. Juanma Cantero, el capataz, lo llamó y le tomó la mano para levantar al cielo a la Esperanza de la otra orilla. El paso comenzó su compás hasta llegar a la calle Arfián, donde le entró todo el sol por barlovento y comenzaron a lloverle pétalos, pese a que la hermandad había pedido que no se lanzaran hasta la vuelta. Pero Triana impone sus leyes, es una revolución donde manda la Virgen, que todo lo desborda.
Allí, viéndola marchar camino del Altozano, había un grupo de visitantes castellanos con las lágrimas en los ojos de haberse roto a llorar con la Esperanza al conocer una forma de religiosidad popular tan distinta.
Llegaba la Virgen a la Farmacia de Murillo y por Chapina venía un eco: «Ya está saliendo el Cachorro». Entre la Esperanza y la Expiración había una hora de distancia. El crucificado, imponente con corona de espinas y potencias, iba sobre un monte asilvestrado de flores moradas como el cielo que le recibió cruzando el puente. Allí llegó al ocaso, como una metáfora de su propia advocación, como nunca ha ocurrido. Porque el Cachorro llega a Sevilla con el sol pleno del Viernes o con la luna de Parasceve camino de su entierro. Este sábado de diciembre pasó del celeste al oscuro de la noche en el tiempo que tardó en cruzar hasta Sevilla.
En ese momento la Esperanza estaba frente al Baratillo. El tiempo se paró, y la hora que había de distancia con el Cachorro se fue reduciendo, como si la Virgen esperara al Señor para llegar juntos a la Catedral. Adriano estaba tan llena que era imposible acceder por ninguna calle. En Toneleros, llegaba el público llegaba hasta Real de la Carretería para verla pasar. En Arfe hubo quien vio a la Esperanza cruzar a García de Vinuesa desde casi La Isla.
Hubo quien tomó por el Cabildo para buscarla en la Punta del Diamante, pero tampoco. Y quien rodeó la Catedral para encontrarla en Virgen de los Reyes, donde se conformó con ver sus bambalinas más allá de la fuente. A la Esperanza le cantó la tuna en Alemanes, donde aceleró para entrar a tiempo por la Puerta de Palos, a las 20.30 horas.
Detrás venía ya el Cachorro, al son de ‘Soleá dame la mano’, que fue como otra metáfora de la tarde. El repertorio del crucificado fue exquisito, porque justo después alcanzó la Puerta del Perdón con ‘Amarguras’, pasó junto al Palacio Arzobispal con ‘Virgen del Valle’ y ‘Margot’ y se plantó a los pies de la Giralda con ‘Cachorro, Saeta Sevillana’. Marcaba el reloj las 21.20 de la noche cuando acabó esta gran procesión trianera que desbordó toda Sevilla.
Como si fuera noche del Jueves Santo, hacia la Resolana fluía una multitud para esperar a la Esperanza. Comenzaba a la medianoche la ‘Madrugada’ de Adviento.
Traslado de la Esperanza Macarena
Sevilla vivió esta noche una madrugada eterna abrazada a la majestuosidad de la Macarena. La Virgen de la Esperanza fue faro en medio de la penumbra, desafió al frío intenso que era imperceptible en la bulla de su delantera y navegó entre la muchedumbre que abarrotaba las calles para completar un traslado modélico hasta la Catedral, donde aguarda a esta hora el inicio de la procesión de clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular. Un templo al que llegó casi con las luces del alba y en el que se repitió tres décadas después el encuentro de aquel mes de abril de 1995 con la imagen de la Esperanza de Triana, aunque esta vez con el Cachorro como testigo de excepción.
Fue un traslado reconocible desde el primer momento, con un marcado sello macareno que evocaba a esas madrugadas del Viernes Santo en las que la Virgen recorre las calles de Sevilla en un derroche de esperanza. Todo era como siempre, aunque en el fondo era bien distinto. Horas antes de que se abrieran las puertas de la basílica era casi imposible encontrar un hueco en la Resolana para ver pasar su paso de palio. El júbilo de la espera alcanzó su cénit justo en el momento en el que los pequeños músicos de la banda juvenil de la Centuria Macarena llegaban a toque de ordinario con los clásicos sones de ‘Abelardo’. Eran ellos los heraldos de una inminencia que estaba a punto de atravesar de emociones los corazones de las miles de personas que aguardaban la llegada de la Esperanza.
Cuando el reloj alcanzaba la medianoche, a la hora prevista, se abrían de par en par las puertas de la basílica para dejar paso a la cruz de guía y a un cortejo formado por más de un millar de hermanos repartidos en un total de once tramos. En la presidencia aparecían los hermanos mayores de las hermandades con las que la Macarena mantiene un vínculo especial. Estaban las tres de la parroquia de San Gil, Pino Montano, Santa Genoveva, Los Estudiantes, el Gran Poder y, por primera vez, el de la Esperanza de Triana. Sergio Sopeña devolvía así el gesto que realizó José Antonio Fernández Cabrero en la tarde del 7 de diciembre cuando presidió con su vara de las capillas el palio trianero.
Con los pulsos acelerados, José María Rojas Marcos dio los tres primeros golpes de llamador al palio de la Macarena. «Por la paz en el mundo», dijo a sus costaleros. La primera levantá retumbó en el interior de la basílica y provocó una ovación estremecedora en la Resolana que se fue contagiando por el resto de calles que la esperaban. Un tenso silencio se apoderó del pueblo que esperaba a su Virgen. Poco a poco, el palio avanzaba con el único sonido de las zapatillas de la cuadrilla sobre el mármol. Todo era expectación contenida por lo que estaba a punto de ocurrir. Temblaban sus esmeraldas y su cara era el centro de todas las miradas en ese instante. La corneta que marcó el Himno Nacional fue la venia a una locura contenida que se hizo barrio cuando el Carmen de Salteras interpretó ‘Esperanza Macarena’ de Pedro Morales. Ahí, la Virgen, era ya del pueblo.
El paso casi que no avanzaba. No tenía prisa, aunque iba cumpliendo los horarios de manera exquisita. A la altura del monumento a Juan Manuel Rodríguez Ojeda, la coral polifónica de la hermandad la estaba esperando para estrenar la pieza ‘Es Macarena’, compuesta por Antonio González para la ocasión. Gustó el detalle entre los devotos, que lo agradecieron con otro aplauso interminable que acompañó la siguiente levantá, dedicada a las víctimas de la DANA de Valencia. La banda contribuía al delirio con algunas de las piezas más clásicas del repertorio macareno y la Virgen, hermosamente vestida con el manto de la coronación y la saya de las corbatas, se iba gustando en cada calle del barrio.
A sus pies habían colocado la Rosa de Oro del Papa Francisco que le había entregado esta semana su enviado especial a Sevilla, monseñor Edgar Peña. Ese era el motivo que protagonizaba la decoración que los vecinos habían preparado en la mayoría de los balcones. En uno de ellos, en la calle Feria, le cantaron una sevillana y le ofrendaron la primera petalada de la noche. A las 3 de la madrugada ya estaba en el corazón de la Alameda. Sonaba ‘Coronación de la Macarena’ para felicidad del publico. Muchos eran la primera vez que veían su rostro, otros eran auténticos peregrinos de la esperanza que caminaban al lado del palio para arroparlo. En Trajano regresaron las estrecheces y las bullas, pero era posible acompañarla si se callejeaba por las vías paralelas
Antes de desembocar en la Plaza del Duque se vivió uno de los momentos más emotivos de toda la noche. Desde un balcón del Hotel Don Ramón, una soprano canto una salve lírica a la Macarena acompañada de varios músicos de cuerda. El detalle gustó al selecto público que allí se daba cita. Todo estaba medido, desde la interpretación de ‘Sé siempre nuestra Esperanza’ a la gran petalada que llovía desde sus balcones y la azotea. Por el Duque, la Esperanza navegó a los sones de Virgen de las Aguas e hizo su particular entrada en Campana con Siempre Macarena y Coronación de la Macarena en una sola chicotá que la llevó a Velázquez. Eran las 4.30 horas de la noche y, a partir de ahí, todo fueron estampas de las primeras veces. Fue el turno de O’Donnell, la Magdalena y una Plaza Nueva en la que la esperaban los miembros de la corporación municipal, sumándose así a la presencia del alcalde José Luis Sanz en uno de los balcones de la casa de hermandad a la salida del cortejo.
Eran en ese momento casi las seis de la mañana. El cansancio apretaba y también el frío, lo que había obligado a muchos miembros del cortejo a utilizar guantes para calentar sus manos. La banda interpretó ‘La Virgen de Sevilla’ en la puerta de la casa de todos los sevillanos y el palio llegó en una sola chicotá hasta el Banco de España. Por Hernando Colón sonó una salve en un balcón y el público seguía llevando en volandas a la Macarena hasta el puerto catedralicio donde estaba la meta. Nunca se vio sola la Virgen, que recuperó en Alemanes los minutos de retraso que llevaba acumulado. Tras cruzar la reja de la Puerta de Palos, el palio dio un giro de 180 grados a los sones de sus marchas más emblemáticas para entrar en la Seo hispalense mirando al pueblo que la arropó hasta el último minuto. Cinco minutos antes de las siete de la mañana, la Virgen de la Esperanza culminaba su traslado, casi con las primeras luces del alba despertando al día.
El sueño de esta noche de primavera en diciembre estaba a punto de finalizar. O al menos, eso parecía. Antes de despertar de una madrugada inolvidable, la Macarena aún tenía guardado un momento que quedará grabado para siempre en la memoria de la ciudad. A su llegada hasta el trascoro de la Catedral, el palio hizo una maniobra para colocarse frente a frente al paso del Cachorro y, luego, al de la Esperanza de Triana. Los ojos de los que allí se encontraban miraban la estampa como lo hicieron los privilegiados que contemplaron esa misma escena hace ahora 30 años, en la Semana Santa de 1995. Sólo el rezo de una salve compartida logró controlar las emociones que ya por entonces eran un torrente de sentimientos desbordados. Sólo por eso había merecido la pena soñar despierto durante una madrugada que confirmó por qué la Macarena es el icono de la piedad popular según Sevilla.
Traslado del Gran Poder
Sevilla está de estreno este domingo. Estrena el aire, la luz, el sol y la mañana. Estrena ilusión y fe renovadas, así como un sinfín de momentos históricos. Por estrenar, estrena incluso el sueño de quienes no han pegado ojo en toda la noche en una demostración cristalina de piedad popular junto a algunas de las mayores devociones de la ciudad; entre ellas, su Señor del Gran Poder, que entró en la Catedral a falta de quince minutos para las nueve de la mañana.
Se consumaban así, a plena luz del mismo día de la Inmaculada, los traslados hasta el primer templo metropolitano de las cuatro imágenes pasionistas hispalenses que participarán en la procesión de clausura del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, gran acontecimiento sin precedentes que constituye por sí mismo el mayor de los estrenos, cuyo comienzo ya aguarda el Gran Poder bajo las naves catedralicias después de algo menos de tres horas de traslado.
Aún en la oscuridad de la madrugada, resonaban todavía en la lejanía los ecos de la algarabía de la Macarena cuando, por Conde de Barajas, se disponían sendas hileras de personas bien abrigadas a ambos lados de la calle, e incluso en mitad de la calzada, debido a la extensa cola de una calentería. El hambre no entiende de magnas.
El ambiente familiar, y en cierto modo distendido, de la plaza de San Lorenzo en esta extraordinaria noche decembrina contrastaba a las horas previas a la Madrugada del Viernes Santo en ese mismo enclave. La ocasión era bien diferente. No había nazarenos de ruan, tampoco se oía el revoloteo de los vencejos. Sin embargo, bastó que se abrieran las puertas de la basílica de Jesús del Gran Poder, en el preciso momento en que las campanas de San Lorenzo daban las seis de la mañana, para que se hiciera el mismo silencio sepulcral de siempre. Aquel que guarda Sevilla cuando se pone seria. Seria, que no triste, mantra que ha abanderado la hermandad en sus últimas salidas extraordinarias.
Unos treinta minutos después, tras una comitiva de 1.100 hermanos, salió a la calle el Señor de Sevilla. Y no de cualquier manera, sino vestido de majestad, portando su túnica persa, la de las estampas y los azulejos, una joya del bordado ideada y ejecutada por Rodríguez Ojeda en 1908 que llevaba la friolera de 85 años sin salir a la calle sobre los hombros del Gran Poder. Qué mejor ocasión para recuperar dicha estampa que esta, cuando los adornos y luces del centro nos recuerdan que el nacimiento del Señor, y por tanto también su epifanía, se acercan.
Frío hacía, pero no el suficiente para disuadir a los sevillanos ―ni a un destacado número de foráneos― de acompañar a Dios en la ciudad en su camino hasta la Catedral. Un traslado procesional que no contó con más música que el rachear de los costaleros y las plegarias que, casi susurradas, hacían algunos fieles, con la excepción de una saeta en los primeros instantes de la salida. Reminiscencias de un abril que se hace presente en la ciudad cada vez que los sevillanos tratan de echarse a sus espaldas el peso de la cruz del Señor.
A un ritmo alto recorrían los nueve tramos de cirios las calles de la ciudad mientras la cuadrilla comandada por Villanueva realizaba largas chicotás, como la que llevó a Jesús del Gran Poder desde la esquina de Trajano con Aponte hasta la plaza de la Campana. A esa altura ya se le había descolgado ligeramente el brazo derecho, que en lugar de sujetar el madero parecía querer dirigirse al pueblo de Sevilla para pedirle ayuda con tan pesada carga. Desde ese momento hasta la recogida, las levantás se hicieron a pulso. Pudo ser ese el motivo por el que se dieron cortes de importancia entre los distintos tramos del cortejo.
El cielo ya clareaba en la Magdalena, pero la amanecida se produjo con el Señor en el Ayuntamiento, cuyo reloj anunció las ocho de la mañana al tiempo que las andas de Ruiz Gijón asomaban por la Plaza Nueva. La banda sonora del alba la completaba el piar de decenas de pájaros cantando como tunos a la Inmaculada.
En ningún momento dejó Sevilla solo al Gran Poder, pero el tramo final del traslado fue, sin duda, el que más público congregó, coincidiendo con el amanecer y los primeros rayos de sol resbalando por el rostro de la obra más universal de Juan de Mesa. El Congreso de Hermandades y Piedad Popular ha reunido durante estos días a grandes oradores en la Catedral pero, en Sevilla, las mayores lecciones de teología se dan en la calle, y así lo volvió a hacer el Gran Poder durante su breve pero intenso sermón itinerante.
La mayoría de cofrades coincidirán en que la estampa más memorable, por la inusualidad de la misma, fue la entrada en la Catedral a plena luz del día, radicalmente contraria a la noche cerrada que cada Semana Santa se cierne sobre la ciudad cuando el Señor entra y sale de la Seo. Todo son estrenos desde primera hora de la mañana de esta jornada destinada a pasar a la historia de la Sevilla cofradiera.
Escribió Antonio Burgos que, el Domingo de Ramos, Sevilla estrena el aire, la luz, el sol y la mañana. Lo mismo sucede en este domingo de Adviento en el que todo es nuevo, todo está por descubrir y estrenar. Y no podía amanecer de otra forma que con el Señor reinando vestido de majestad mostrando a la ciudad sus manos humanas. Y es porque Sevilla estrena, para Él, también la Magna.