Tres siglos concentrados en tres días. La Hermandad de la Amargura está celebrando los 300 años de su presencia en San Juan de la Palma –un hito para una cofradía– con un completo programa que refuerza los pilares sobre los que se ha sustentado la hermandad en este tiempo: fe, caridad y compromiso sacramental. Así los resumió a la perfección el arzobispo de Sevilla, monseñor Saiz Meneses, en la solemne misa de acción de gracias celebrada en la mañana del sábado en San Pedro, templo parroquial de la feligresía. Esta eucaristía fue uno de los momentos culminantes de los actos. Pero la Amargura, siempre atenta a su historia, no quiso olvidarse de las Hermanas de la Cruz. La Dolorosa fue velada durante toda la madrugada del sábado en la Casa Madre, a la que acudió tras 22 años. Por la noche, la Amargura desafió al calor y recorrió la feligresía en una procesión singular sin su palio.
En un contexto cofradiero en el que los adjetivos histórico e inédito cada vez gozan menos significado, la extraordinaria de la Amargura puede incluir en ese ramillete de procesiones fuera de temporada que tienen una importancia y una significación especial. Primero por el peso devocional y artístico de la Dolorosa. Y segundo por el hecho que se celebraba. Lo advertía el arzobispo en su homilía: “Nos hemos congregado hoy en esta parroquia de San Pedro para dar gracias a Dios por un acontecimiento lleno de sentido espiritual, eclesial y pastoral”.
La corporación de San Juan de la Palma lleva tiempo celebrando este aniversario, pero los actos de este fin de semana eran los señalados en rojo en el calendario. Tanto es así que ni el calor, el sofocante calor que azota Sevilla desde hace unos días, quiso perdérselo. La jornada, festividad de la Visitación de la Virgen, empezó temprano en la calle Santa Ángela de la Cruz. La Amargura abandonaba la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz con una luz que recordaba a la de la mañana del Corpus o la del 15 de agosto. El cortejo con la Virgen recorrió los pocos metros que separan el convento de la parroquia de San Pedro. La Virgen iba sencilla y vestida con gusto. Se nota el cambio que ha imprimido la hermandad en el cuidado de una de las Dolorosas cumbre de la Semana Santa.
En la homilía de la misa de acción de gracias por los 300 años de estancia en San Juan de la Palma, Saiz destacó que Durante tres siglos, la hermandad ha sido un “faro de fe” para el barrio, la ciudad y la Archidiócesis, marcando un tiempo “largo y fecundo” de oración, penitencia, caridad, vida fraterna, fidelidad a la Iglesia y amor a la Virgen de la Amargura y a su hijo, el Señor del Silencio.
Saiz Meneses recordó que el aniversario se celebra en el marco del Año Jubilar de la Esperanza convocado por el Papa Francisco. Este acontecimiento es visto como una “oportunidad de gracia singular” y una “llamada al futuro”. Es una ocasión para “renovar el alma de la hermandad”, fortaleciendo sus pilares: la vida sacramental, la formación permanente, la caridad efectiva, la fraternidad vivida, la fidelidad al Evangelio y a la Iglesia. El prelado reiteró que una hermandad es, ante todo, una “comunidad de discípulos de Cristo, reunidos en torno a la cruz y bajo la mirada maternal de María”, no una asociación de intereses o expresión cultural.
Finalizada la misa, el arzobispo, acompañado por el párroco, Antero Pascual; y el hermano mayor, Aníbal Tovaruela, descubrieron una placa en recuerdo de la efemérides.
A partir de las nueve tuvo lugar el colofón. Salía la Virgen de la Amargura de San Pedro en una imagen que evocaba a aquella de 1946: en su primoroso paso de palio sin el palio y sin el acompañamiento del discípulo amado. La chicotá de salida a los sones de Amarguras fue sublime. Como las dos siguientes con Coronación de la Macarena y Corpus. Recorrió la procesión un buen número de calles no habituales en el que muchos vecinos pudieron encontrarse con la Virgen, ayer más gloriosa que nunca.
El epílogo a esta celebración lo pondrá este domingo el besamanos extraordinario con la Virgen bajo la gloria del palio que le hizo Rodríguez Ojeda y el que fuera su manto azul. Ahí es nada.