A veces las cosas son más fáciles de lo que parecen. Y en muchas ocasiones sucede cuando lo auténtico, lo inalterable, está muy por encima del artificio. Existen ocasiones en los que con tan solo unas pinceladas en lo estético es suficiente. Quizás ni eso.
Y una de esas ocasiones fue ayer. Con el traslado de Nuestro Padre Jesús Nazareno a su altar de Quinario. Eran las ocho de la tarde y la luz artificial de la Iglesia Mayor se apagaba para dejar únicamente la luz de las velas de los distintos alteres y de dos filas de codales morados encendidos en el pasillo central del primer templo de la ciudad. De fondo, los primeros compases de la marcha ‘Jesús Nazareno’, algo más que un himno para la hermandad, al órgano por José González García.
Silencio sepulcral. Solo roto por el sonido de las cámaras o de las oraciones musitadas muy bajito. Junto a su altar de diario Jesús Nazareno se elevaba la mínima distancia del suelo para quedar, solo por unos centímetros, por encima de las cabezas de sus fieles. Con el agarre se gana en estabilidad de la imagen, sufre menos la talla, y se acerca aún más a aquellos que desde los bancos, contemplan la escena. Muy poco a poco sus cargadores lo llevan por el interior de ese pasillo cubierto de luz. Las notas siguen marcando el camino y en menos de seis minutos se posa junto al altar de Quinario, junto al presbiterio.
En el camino oraciones, miradas, claroscuros que dejan las velas, y sobre todas las cosas Jesús Nazareno. El Regidor Perpetuo de La Isla. Que ya aguarda para comenzar mañana martes el Quinario, el que marca que la Cuaresma va llegando a sus últimos instantes.
Todo es más fácil cuando la verdad no tiene que rodearse de artificios. La Isla y su fe, en seis minutos.
