Semana Santa Sevilla y provincia

Una marea de fe acompañó a Jesús del Gran Poder en su camino a la Catedral

Caía el sol en la plaza de San Lorenzo, cuando los plátanos de Indias se despojaban de sus hojas por el otoño, con ese azul añil del cielo del ocaso, cuando la campana de la torre mudéjar tañíaanunciando que eran las siete de la tarde. De repente, un golpe seco provocaba un silencio atronador. Se abrían las puertas y comenzaba a salir un río de cirios tiniebla a un ritmo rápido. Sólo el ruido de los estorninos ponía música a una escena propia de la Madrugada.

Ya se acababan los rumores de posible suspensión del traslado por la lluvia que se advertía levemente en los radares. Y todo se hacía con una naturalidad propia de una hermandad como el Gran Poder: no hay mejor comunicado que abrir las puertas a la hora en punto.

La ciudad conocía ya que ese 60% de riesgo de agua que ofrecía la Aemet sólo iba a alterar un poco el ritmo, pero no el recorrido ni la compostura de un cortejo perfecto, formado por un millar de hermanos que hicieron lo posible por cambiar sus turnos de trabajo o adelantar su llegada a Sevilla por la modificación de la fecha del traslado.

Ese riesgo aceleró el ritmo pero, una vez se puso el Señor en la calle, ya nadie más miró al cielo. Ya podía estar encapotado, de color rosáceo, que todos los ojos se iban a los del Gran Poder. Paso poderoso, zancada larga, ganando terreno pero, detalles de grandeza, en cada esquina o bocacalle, el Señor se aguantaba o incluso se paraba. Sólo entonces se escuchaba el murmullo interior de quienes agradecían el gesto.

No cabía un alfiler. Según los datos del Cecop, hubo más público un jueves laborable que en la pasada Madrugada. Pero, a pesar de ello, gracias a la petición de la hermandad no hubo aforamientos ni en las calles más estrechas, ni siquiera vallas. El público, además de recogimiento, dio ejemplo de cómo se mueve en una bulla. Nadie se puso delante del paso, donde sólo permitieron moverse a los fotógrafos para hacer su trabajo. Tras Él, un mar de devotos. No se sabe si cientos, o incluso miles en algunos momentos, que acompañaron al Señor. El que suscribe lo hizo desde allí, viéndole la espalda.

En ese otro cortejo de devotos había mucha gente de fuera de Sevilla y personas mayores, parejas jóvenes… y todos con lágrimas en los ojos. Hasta un beodo que deambulaba en esa bulla, lloraba por el Gran Poder como hijo descarriado por los renglones torcidos de Dios. Era la parábola del hijo pródigo, un acto de misericordia.

No se recuerda una manifestación de fe tan grande como la de ayer jueves con el Señor. En Amor de Dios, en cada balcón no cabía un alma. Mantones de manila, terciopelos, lo mejor de la casa para recibir a Jesús del Gran Poder, que santificaba cada hogar por un recorrido inusual. La marea humana tras su paso crecía, y uno iba alejándose poco a poco. Suena un padrenuestro. Son los hermanos de Santa Marta y Araceli que reciben al Señor en su casa. En ese momento los ciriales cruzan la estrechez de Daoíz y se hacen presente en la plaza de San Andrés. Los naranjos no están en flor, pero quién pudiera decir que aquel día de noviembre no era en realidad de abril. Un mar de flashes lo recibía en Orfila, donde se giraba hacia los Panaderos, cuyo Cristo aparecía vestido del color del Gran Poder.

Avanzaba poderoso hacia Cuna, llegando a ese cruce de calles en Martín Villa donde no se veía el final. Y entraba el Gran Poder en esa caja de resonancia que es la calle que tantos hermanos anhelan como recorrido histórico cada noche de Viernes Santo. Sólo suena el rachear de alpargatas negras de esparto. Ante el teatro Quintero, una parada. Llega el relevo. El ritmo se apacigua hasta llegar al Salvador. El cronista vio público hasta mitad de la calle Córdoba. La estatua del dios de la madera se cruzaba con el Dios de la ciudad, la obra maestra de su discípulo más aventajado. Se cruzaban de nuevo en el camino el Gran Poder y Martínez Montañés, y como tal el paso se giraba hacia la escalinata del Salvador.

En el reloj marcaban las nueve menos veinte cuando enfilaba Entrecárceles y salía a la plaza de San Francisco, donde por fin se divisaba la Giralda. Todo el mundo buscaba la foto. Pero aún quedaba, como por ejemplo la calle Hernando Colón, donde en su tramo final la cruz del Nazareno se enmarcaba con la Puerta islámica del Perdón. Qué gran paradoja: el Gran Poder en la puerta del Perdón. Eran las 21:40 horas cuando el Señor entraba de espaldas por la Puerta de Palos al compás de las campanas de la Giralda. Cruzaba la puerta santa que le abrió de par en par la ciudad a su Hijo. Apunten el 3 de noviembre de 2016 como fecha histórica y jubilar para Sevilla. (ISLAPASIÓN).