El Cristo de la Misericordia fue trasladado a la Catedral para presidir mañana el Año Jubilar
Los antifaces de terciopelo azul fueron cambiados por chaquetones y abrigos; los tambores y las cornetas tras el Cristo, por cinco músicos delante; el sol de primera hora de la tarde primaveral, por la oscuridad propia de las tardes de invierno. Sí había Cruz de Guía, pero ayer no había delante carros de pirulís y avellanas, sino un puesto ambulante de castañas asadas en la calle Santiago. Y sí se hizo el mismo recorrido que el Lunes Santo, pero el Crucificado no fue en su majestuoso paso de madera que año tras año va ampliando su dorado, sino que recorrió esas calles que separan la Viña de la Catedral en una sencilla pero elegante parihuela que permitía dar a la imagen cierta altura que ayudaba a una mejor contemplación.
No era Lunes Santo, ni tampoco Cuaresma. Pero la hermandad de La Palma vivió ayer una intensa jornada cofradiera, en una suerte de penitencia prenavideña (aunque el Adviento es un tiempo litúrgico penitencial, de ahí el color morado que estos domingos reviste altares y sacerdotes) justificada por la presencia del titular de la corporación en la ceremonia de apertura del Año Jubilar de la Misericordia.
A las seis y media de la tarde, después de una eucaristía oficiada por el párroco de La Palma, Juan Enrique Sánchez, inició la hermandad el traslado de su titular. Cerca de un centenar de hermanos de la cofradía precedían al Crucificado portando cirios de color blanco (con el logotipo diocesano del año jubilar) y varias insignias. Y una legión de devotos y de vecinas de La Viña se situó tras la imagen, que era portada a hombros de sus cargadores en la parihuela cedida por la Vera-Cruz de Chiclana.
Las interpretaciones musicales del quinteto de música se iban entremezclando con las lecturas evangélicas y las meditaciones relacionadas con la misericordia, mientras el cortejo y el Crucificado iban avanzando bajo las luces extraordinarias que anuncian la Navidad en las calles de la ciudad. Una imagen muy curiosa que dejó este traslado extraordinario a la Catedral. Tan extraordinaria era la ocasión, que no fueron pocos a los que la presencia del Cristo de la Palma en la calle les causó toda una sorpresa. Otros, por contra, sí estaban perfectamente preparados para la ocasión; como el párroco de San Lorenzo o la hermandad de Servitas, que salieron a la puerta del templo de Sagasta al paso del cortejo.
En menos de dos horas hizo la hermandad el recorrido hasta la Catedral. Allí esperaba en la puerta de Arquitecto Acero el deán, Guillermo Domínguez Leonsegui, y un llamativo camión de color amarillo que evidenciaba la falta de tacto que en la ciudad suele haber con las cosas relacionadas con las cofradías. Los hermanos de La Palma ponían fin a una intensa jornada en la que sólo el frío y las luces de Navidad recordaban que no era Lunes Santo.